“El poema nada en un viento y brilla”
Juan Gelman.
Agencia La Oreja Que Piensa. 2014. Por Guadalupe Podestá Cordero (*)
Muchas veces los caminos de la mente son insondables, después de un tiempo de aislamiento del teclado, hoy necesito volver a las palabras impulsada por la necesidad de hablar con todos de alguien que no conocí y del que, aun así, me entristece su partida.
Estos días oímos y leímos innumerables recuerdos y experiencias de personas que conocieron a Juan Gelman, yo en lo personal, no tuve ese gusto. Aun así siento que lo conocía como lectora, como quien puede mezclar la militancia, lo cotidiano y la literatura para que el cruce del día no sea por el simple hecho de durarlo.
Existen personas que se nos graban adentro por las escenas que enmarcan el descubrimiento, y así fue como recuerdo de pequeña haberme enamorado de las palabras de Neruda una tarde de lluvia otoñal mientras leía el poema "Lluvia" en voz alta y reconocí en el la musicalidad de las gotas.
Con Juan Gelman, sucedió algo similar, luego de preparar el temario del programa que tenía en ese momento en FM Barrial, llamado “La Pared” –por el 2001- me encontré con un poema en mis manos (ese programa siempre era coronado en su último bloque por un cuento o una poesía que nos sacara de la aridez del puro analizar), Oración de un Desocupado.
Me quedé minutos enteros mirando la página sin poder leerlo en voz alta.
En medio de esa marea caótica de esos días iniciales del famoso siglo XXI (como si saber el número del siglo nos salvara de oscurantismos y fantasmas) alguien me dejaba sin mi conocida capacidad de leer textos duros sin llorar.
Y lo cierto es que ese alguien, que se había tenido que exiliar, ese alguien a quien le habían desaparecido un hijo y una nuera embarazada, escribía el horror con esperanza, la cruda realidad se desmayaba en esas palabras creyendo en que en algún punto la tenebrosa noche del dolor humano sería tajeada por un haz de luz, pero no una luz milagrosa, sino la luz que trabajosamente construyen los que luchan.
Me emocionaba y aún me emociona leer la palabra sin el artificio.
Muchos, quizá por no saber, eligen al pedestalico poeta que no ha sido manchado por los barros de la vida, aquel que desde la inmaculada torre de sus libros no toca la calle más que para lamentar la mísera existencia, yo no puedo, porque nunca supe, enamorarme de las lejanías.
Escribir del amor estando en el sentir cotidiano es en sí una obra admirable, porque se evita así el simple facilismo melancólico, escribir del caos y el dolor poniendo fuerzas, luchas y esperanzas, pensando búsquedas hacia adelante sin sentarse a penar la propia situación, es, de verdad la maravilla de encontrarse viviendo incesantemente, irreductiblemente, humanamente.
Había leído desde hace mucho sus contratapas en Página 12 y artículos que me llegaban por otras vías, su dimensión en el análisis de la realidad no me era ajena, pero la maravilla de la poesía de lo complejo, expuesto tan a cotidiano, sin gongorismos y ni vericuetos, sino la simple expresión de quien cruza los fuegos de la vida ardiéndose, esa palabra innegada, ese trago de vida a veces colmado de dulzuras y muchas veces cargado de ferocidades, fue para mí el impacto primero de un amanecer a poesía que vendría incontables veces a nutrir mis sentires de humana, de militante, aún de periodista.
Era el regalo de descubrir una vez más que no hay límite para ver el mundo, que en el descubrimiento está la clave del renacer, que la lucha con belleza se vuelve más lucha, porque los personeros de la muerte desdeñan la belleza del pueblo en busca de los ojos elitistas de sus dueños.
Hoy no puedo hacer más que cerrar este recuerdo con las palabras del propio Gelman, porque para qué decir más.
Les dejo este escrito cortito y les agradezco por compartir conmigo este pedacito de mi historia.
Epitafio
Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.
Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.
¡Digo que el hombre debe serlo!
(Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín).