Fragmentos.
Agencia La Oreja Que Piensa. Por Carolina Calcagno (*)
Los caminos se bifurcan. Tanguito solitariamente, quizás, comenzó andar por las avenidas porteñas. Llegó a Pueyrredón. La música provenía de una cueva, la llamaban así porque era escaleras abajo, tipo un sótano. En ese momento se la conocía como Pasorutis. Las noches tenían el ritmo del día.Saxos, piano, contrabajo, trombón y batería sonaban en un pequeño espacio, colmado de visitantes y tragos y cigarros y luces amarillas y paredes empapeladas, y una increíble acústica. José ingresó, hizo amigos y subió al escenario. Mientras tanto, Los Dukes continuaron su rumbo. Buscaron un nuevo cantante y la banda siguió tocando.
En este reducto se encontraba Ricardo, uno de los músicos del staff. Lew se presentó en el Teatro San Martín, sobre la tradicional calle Corrientes.
Al abrirse las puertas vaivén, se oían unos clásicos acordes de jazz. En el hall de entrada, un grupo de artistas embellecía el ambiente con su música. En tonos negros, grises y blancos esta escena evocaba los inicios de la década del 50; sin embargo, estábamos en el 2011.
La gente aclamaba: “¡Otra, otra!”. Pero, como los tiempos eran limitados, a la hora exacta terminó la presentación. Luego de los aplausos, los músicos agradecieron. Nos acercamos a Ricardo, él saludó con la mano derecha, entregó su tarjeta personal y, días más tarde, se produjo nuestro encuentro.
Llovizna. Una angosta puerta conducía a un patio lleno de plantas. El cuarto de atrás, posiblemente el más silencioso de toda la casa, fue el elegido por el entrevistado. Ingresamos a la habitación.
Se escuchaba el crujir de la madera del piso a cada paso que dábamos. En una de las esquinas, se apreciaba la serenidad de varias guitarras dormidas.
A un costado se veía una extensa biblioteca; sobre la mesa, el mate. Las gotas, salpicando los cristales de una ventana cercana, ambientaban aquella húmeda tarde porteña.
Fui contemporáneo al nacimiento del rock. Los muchachos más grandes tocaban jazz. A mí me gustaban los dos géneros hasta que, en 1962, aparecieron los Beatles. ¿Qué joven podía estar ajeno a eso? Fue un golpe tremendo.
Me inicié en un conjunto que se llamaba Los Guantes Negros. El cantante era Billy Bond, que en ese momento no era conocido.
En La Cueva, amigos míos ya formaban parte del grupo de Sandro: Adalberto Cevazco, Bernardo Baraj y Fernando Bermúdez. Ellos me invitaron cuando tenía dieciséis años, pero tuve que esperar a cumplir los dieciocho para ingresar.
En 1965, todas las noches, desde las diez hasta las cuatro, sin francos, tocábamos con Bernardo, Norberto y Fernando. Bravo, el dueño, para favorecer la concurrencia, le pidió a Sandro que lo dejara usar su nombre.
Ahí se empezaron a ver grupos de rock y blues. Luego llegaron Los Gatos Salvajes de Rosario y Los Shakers de Montevideo. Los primeros artistas de un conjunto con el pelo largo que vi fueron Los Búhos.
También estaban los rockeros Pajarito Zaguri, Moris y el gordo Martínez, el primer manager de Los Gatos.
(*)CAROLINA MERCEDES CALCAGNO nació en la ciudad de Buenos Aires (Argentina) en 1976. Se formó en la UBA como comunicadora social. Realizó diversos cursos y seminarios de escritura y cine. Ganó el tercer premio en fotografía con la obra Renacer en el concurso organizado por Prestige Hotels of the Word by Keytel de Barcelona, España.
Investigó sobre la vida y obra de José Alberto Iglesias, cantautor pionero del rock nacional. Y en 2015 publica Tanguito...allá a los lejos puedes escuchar, con el sello de Nuevos Tiempos. Actualmente escribe para el diario La Tercera, el periódico juvenil Yo soy La Morsa y el portal en línea Buenos Aires Eye.