Agencia La Oreja Que Piensa.2014. Por Adela Vagas
Muchas veces oímos hablar de “Patrimonio cultural de la Humanidad” o Patrimonio cultural argentino” y tal vez, no nos detenemos a pensar en lo que esto significa.
¿De qué hablamos cuando hacemos referencia a “patrimonio” o “cultura”?. El historiador argentino Pérez Amuchástegui, escribió al respecto que “toda cosa valorada, todo aquello a lo que se le atribuye un valor, constituye un bien. Pero un bien no es solamente una cosa tangible (un banco o una pipa), sino que es bien todo aquello a lo que los hombres hemos referido algún valor.
Por eso, hay bienes materiales, bienes morales, sociales, espirituales, políticos, religiosos, institucionales, etc. El conjunto de bienes de que disponemos, el conjunto de las cosas valoradas con las cuales nos movemos en nuestro mundo, es algo que en su mayor parte hemos heredado.
Nosotros no hemos inventado las universidades, ni las religiones, ni las lenguas, ni los rituales fúnebres o matrimoniales, todo eso, ha sido heredado de nuestros antepasados, de nuestros padres. De allí, que ese conjunto de bienes de que disponemos constituye nuestro PATRIMONIO.
Cada cultura tiene sus propios bienes. Hay bienes que son comunes a varias culturas, en tanto que hay otros bienes que son peculiares y particulares de determinadas culturas”.
Desde esta perspectiva, al mirarnos como argentinos, prevalece la diversidad que nos asiste en todas las esferas de nuestra cotidianidad y surge la imperiosa necesidad de descubrir o incluso re-descubrir aquellas cosas que valoramos y constituyen parte esencial de nosotros.
En casa de un amigo, hay dos vasijas de barro que su madre cuidó, “valoró” y le heredó, y ahora, forman parte de su patrimonio y de algún modo, del patrimonio colectivo, ya que ellas son el testimonio de lo que nuestros ancestros fueron, en ellas quedaron plasmadas sus creencias, sus preocupaciones, sus necesidades…
Los orígenes de estas artesanías, nos remontan a nuestro pasado indígena que, aunque sufrieron el impacto de la conquista hispánica, lograron llegar a nuestros días para luchar por el lugar que les corresponde en el inventario de nuestro patrimonio cultural.
La cerámica indígena americana se hallaba ligada a un ciclo mítico sumamente complejo, era considerada el “Arte de la Tierra” y por lo tanto era expresión de fuerzas y entidades provenientes del Mundo subterráneo o Mundo de los Muertos (Uray Pacha).
La cerámica funeraria o ritual estaba pautada por los amautas (guardianes del conocimiento) y shamanes (hombre espiritual), y sus motivos no eran caprichosos ni individualistas: su significado era comunitario y solo tenía sentido grupalmente.
Además, era bagaje cultural milenario, heredado tradicionalmente. Los ceramistas-shamanes sólo trabajaban en estado de trance, ya que el arte cerámico es espiritual por esencia.
También había una cerámica diaria o utilitaria, que carecía de dibujos, grabados y colores, ya que no estaba impregnada de profundos sentidos esotéricos.
La cerámica es una de las artes más antiguas de la humanidad y formó parte importante de nuestras raíces culturales, quizás sabiendo esto, nos surja la necesidad de reordenar el inventario de nuestro propio patrimonio cultural.
(*)
“Amigo mío, volverán de nuevo.
Por toda la tierra vuelven de nuevo.
Antiguas enseñanzas de la tierra, antiguos cantos de la tierra, vuelven de nuevo, amigo mío, vuelven.
Te los doy, y por ellos comprenderás, verás.
Vuelven de nuevo sobre la tierra.”
(Caballo Loco, aborigen siux de Norteamérica)