Agencia La Oreja Que Piensa. Julio 2013. Por Guillermina Berkunsky (*)
Gracias por el espacio. Voy a recortar mis intereses a algunas cuestiones del campo de la salud mental que me comprenden diariamente por ser psiquiatra y psicoanalista y coordinar una institución asistencial y formativa que es el CISM, Centro Integral de Salud Mental. Y en respeto al tiempo otorgado, es que leeré mi intervención.
En diciembre del 2001 un tandilense desesperado se suicidó en el despacho del intendente, convocando previamente a las cámaras y periodistas, quienes lo siguieron y acompañaron aún cuando iba con un arma anunciando un grave final.
En los meses siguientes, según supimos y leímos en un diario nacional, Tandil fue la ciudad del país con mayor número de suicidios por cantidad de habitantes.
Aquello que pasó entonces, mezcla rara de morbo, amarillismo y total ignorancia de quienes participaron del hecho respecto a estar frente a una persona, que anunciando su suicidio, requería de asistencia psiquiátrica, psicológica y acompañamiento afectivo, nos mostró la dificultad en reconocer un problema de salud mental y conseguir, antes que la primicia o la mejor foto, esa asistencia que quizá hubiese determinado otro final en desmedro de la noticia nacional.
Tengo la impresión que hoy, una invitación similar de una persona desesperada, generaría la misma escena, ya que entonces y con razón, se puso el ojo en la indiferencia gubernamental y en la lentitud del aparato policial para actuar pero, de alguna manera, se “perdonó” a los trabajadores de los medios colocándolos en la posición de “partícipes involuntarios”.
Y lo que es peor, a posteriori, esos mismos periodistas no recibieron contención (quienes se vieron afectados) como tampoco la adecuada capacitación para decidir qué hacer y qué no hacer en casos similares.
Después leímos las crónicas periodísticas en diferentes medios locales y nacionales y encontramos repetidamente cómo se estigmatizaban cuestiones en torno al hecho de que el fallecido hubiese estado preso, tuviera sida, deudas económicas, problemas afectivos; padecimientos de tantos/as otros/as, quienes quedaban así casi invitados/as al suicidio.
Hace muy poco asistimos al tratamiento periodístico del asesinato de Ángeles Rawson y su madre fue permanentemente tildada de “indiferente”, ”encubridora”, “empastillada” cómo si fuera posible después del asesinato de una hija, hablar con plena lucidez y no haber requerido algún tipo de asistencia médica que permitiera soportar la situación.
Allí vimos no sólo la utilización política del hecho respecto a bombardear a la gente con la idea de la inseguridad en la vía pública, sino montones de estereotipos, tanto el de la adolescente seductora y buscona como el del padrastro abusador y entre ellos, la idea acerca de cómo debe reaccionar una mujer en una situación como ésta para ser perdonada por la opinión social.
Después de la reciente inundación en la ciudad de La Plata, se redactó una Guía de Cobertura de Catástrofes que figura en la página de inicio de la web de la Defensoría del Público. La misma fue el resultado de un monitoreo y análisis de la cobertura radial y televisiva y desde ella se sugieren muchas medidas claramente positivas, como por ejemplo evitar la magnificación de datos que incrementen el pánico o respetar la intimidad e integridad de los involucrados. Como parte de estas medidas, se propone convocar a agentes con saberes específicos.
Ya para terminar entonces me gustaría plantear hoy que creo necesario se realicen trabajos de análisis y monitoreo de coberturas de los medios donde el desastre ha sido personal, para intentar después un catálogo o guía similar de cobertura de “catástrofes” personales y, por ende, reconocimiento de un problema de afectación de la salud mental.
Porque si bien a veces se trata de la muerte de una sola persona y la definición de catástrofe incluye un alto número de víctimas, me pregunto si un desastre personal como un suicidio, un homicidio o un accidente vial entre otros, según como sean tratados mediáticamente no se convertirán al tiempo en catástrofes.
Y cuánto en términos de salud mental o hasta en vidas humanas puede perderse sino se piensa en serio en el inmenso poder de los medios de comunicación (incluidas las redes sociales) tanto para ignorar, agigantar, desvirtuar los hechos de la realidad y perpetuar estereotipos insalubres como casi en su opuesto, el poder de entender ciertos problemas, acercar respuestas y vías de solución, estimular la solidaridad y el acompañamiento.
Es indudable que para ese trabajo, como profesionales y operadores del campo de la salud mental; como familiares de personas con problemas en ese campo; como pacientes; como ongs interesadas en una asistencia integral y desestigmatizadora, deberemos ser convocados/as.
Y será importante entonces, nuestras voces también tengan un lugar en los medios de comunicación.
(*) Guillermina Berkunsky Idiart
Médica Psiquiatra y Psicoanalista