Agencia La Oreja Que Piensa. Por Sergio Ferrari (*)
Aunque el acento de la 30 edición del Festival de Films de Friburgo sea femenino y los principales espacios les corresponden a las mujeres –jurados, retrospectivas, temáticas- la Competición Internacional tiene impronta masculina. Solo tres de los trece filmes fueron dirigidos por directoras. Y de las cinco películas latinoamericanas que disputan la Mirada de Oro, únicamente Semana Santa fue realizada por una cineasta.
Alejandra Márquez Abella llega a la muestra helvética con su primer largometraje en estreno europeo, luego de lanzarse al periplo de los festivales en Toronto, Canadá, en septiembre del año pasado. Desde entonces, un rápido camino por el de Río de Janeiro y el de Los Cabos en el norte mexicano donde recibió su bautismo local.
Esta ruta festivalera “es todo un descubrimiento en mi vida profesional y siento una gran curiosidad por el Festival de Friburgo. Quiero llenarme de todo lo que me ofrezca mi película, especialmente el retorno del público y sus críticas”, explica la joven realizadora azteca quien estudió Dirección de Cinematografía en Barcelona, España.
Deja atrás su cortometraje de ficción 5 Recuerdos (2009) que recorrió decenas de muestras y logró una veintena de premios nacionales e internacionales. Y esboza por delante el nuevo proyecto en gestación, el de su segundo largometraje, Nieves, cuyo argumento presenta la búsqueda de una joven adolescente -que vive en un país nórdico- de su madre biológica mexicana. Valiéndose para ello de un programa de televisión que acerca a familiares perdidos.
Del guión a la imagen concluida
Semana Santa cuenta las cortas vacaciones de mar de una joven viuda, su hijo de apenas ocho años, y su nuevo novio con quien imagina una eventual reconstrucción familiar. Los tres constatan, rápidamente, que este proyecto no es ni ideal ni realizable.
“La idea del film se nutrió en mi propia experiencia infantil. Con apenas diez años perdí mi madre y las vacaciones con mi padre y mi hermano tenían tanto de ilusión y alegría como de sentimiento agridulce por el vacío materno”, recuerda Alejandra Márquez Abella.
En el proceso de seis años que le llevó concretar la película – reflexiona la cineasta mexicana- si bien el guión siempre se mantuvo como referencia esencial, hubo nuevos sentimientos y matices que se fueron incorporando.
“Entre la escritura y la filmación, quedé embarazada y fui madre. Lo que implicó un cambio de acentos. Al inicio, era muy crítica hacia Dali, la joven madre en la cinta. Y luego suavicé algunas percepciones al darme cuenta que antes imaginaba situaciones desde la ignorancia. No cambié diálogos, sino intenciones o detalles sutiles”.
Según la cineasta, Semana Santa es un film “bastante hormonal”. Al año de dar a luz, le sirvió como trampolín para recuperarse y sentirse nuevamente como un ser profesional. Comprobando que más allá de esa experiencia esencial que es la maternidad, “no estaba dispuesta a renunciar a mi vocación artística”.
En paralelo, casi al inicio del rodaje, Anajosé Aldrete (en el rol de Dali, la madre) le anunció que estaba embarazada. Las 4 semanas y media de filmación las realizaron en su quinto mes, lo que introdujo a la actuación sentimientos propios de su etapa de gestación. “La maternidad, en todo caso, marcó mucho más al film terminado que el guión original” evalúa.
La mujer en el cine
Gracias al apoyo decidido de su padre, al nivel cultural de su familia y a una cierta comodidad económica, Márquez Abella pudo seguir su camino para convertirse en cineasta. “Nunca sentí que no podría hacer algo por no ser hombre. A ese nivel, no estaba realmente consciente de mi condición de género”, explica.
Pero al adentrarse en el mundo laboral, y descubrir la impronta masculina dominante, “pude darme cuenta de la relación de nosotras, las mujeres, con ese universo”. Y una vez que se entiende, no se vuelve atrás. “Creo que estamos en el momento en que hay que romper, por ejemplo, la idea que por ser madre no se puede seguir el camino profesional. O bien que una profesional para realizarse debe, obligatoriamente, renunciar a la maternidad”.
Todas estas reflexiones, insiste, las fue descubriendo en la marcha y no a priori. “Y si bien no puedo decir que personalmente mi esencia femenina me crea limitaciones para hacer cine, he descubierto que hay ciertas rejas invisibles que condicionan el trabajo de una directora”.
Hay temáticas significativos para las mujeres, “que no se consideran realmente importantes, audaces o vendedoras”, lo que puede llevar a las realizadoras a una especie de autocensura en cuanto a contenidos a desarrollar. La maternidad es uno ejemplo muy concreto, subraya.
A nivel de la dirección operativa de una película, de la búsqueda de apoyos institucionales, de la negociación con instituciones y personal, “no me siento discriminada por ser mujer y cineasta en México”, afirma.
Pero, insiste, esto se remite al sector privilegiado al que pertenece y a su actividad creativa. “Soy consciente que no puedo generalizar mi conclusión a las mujeres con menos posibilidades cuyas voces no se van a escuchar jamás. Tengo voz y puedo dirigir cine porque tengo un cierto nivel cultural y económico, y el necesario apoyo familiar, la complicidad con mi pareja de ver de igual forma los desafíos cotidianos”, reflexiona.
Semana Santa arranca su viaje europeo. Y la reflexión de su progenitora apenas logra distanciarse de la obra recién terminada y del sentimiento de un camino complejo. “Me siento como un capitán que debió conducir el barco en el huracán de la gestión. Es una película sufrida, realizada con un pequeño presupuesto. Y debí, con entusiasmo, convencer a muchos para subirnos juntos a un OVNI e irnos a otros planeta, el de la película”. La que ahora regresa, terminada, al planeta tierra de las salas europeas.
* Sergio Ferrari, en colaboración con swissinfo.ch