Agencia La Oreja Que Piensa. Por Guadalupe Podestá Cordero
Las dictaduras le obsequian a los pueblos, con su llegada, largas noches de sombras donde nada está claro salvo el horror y no hay melodías salvo los gritos, la pena y el llanto.
Hace treinta y nueve años, los genocidas se robaron la patria para ellos, nos callaron a los jóvenes, callaron a los adultos, todo el que tuviera un ideal enaltecedor de los humano, todo el que tuviese un sueño integrador, todo el que quisiera las caritas felices de los chicos llenando plazas, sin penurias, sin hambre, sin privaciones, con padres felices, todo el que deseara eso sería tachado de enemigo, un enemigo al que debía suprimirse.
Como en toda dictadura, los espacios de libertad fueron acotados, la cultura empobrecida, el arte expoliado y casi prohibido. En una dictadura, el arte, cuando no se vuelve vano, se transforma en ámbito de resistencia.
Para los dictadores hay palabras nocivas, por lo tanto la expresión debe ser controlada para que se transforme en una herramienta útil para los fines de quienes administran la muerte a su personalísimo gusto.
Hace treinta y nueve años el cine se convertía en un elemento de propaganda aceitadísimo, así como los medios más grandes del país se ocuparon de mentir las noticias (cosa que luego seguirían haciendo en su camino hacia ser monopolios y en su actual negativa a ajustarse a una ley que lo que busca es liberar los espacios para la palabra, sólo para respetar la constitución), el arte se volvió casi clandestino, porque cada cosa que pueda abrir la mente asusta a los genocidas, hasta la ciencia se volvió acto de resistencia.
Los dictadores argentinos combatieron abiertamente la matemática de conjuntos, la filosofía rupturista, la literatura popular, la música, nos dejaron llenos de vacíos. Y esos vacíos costó mucho llenarlos, aún quedan algunos, porque a la dictadura genocida le siguió el neoliberalismo asesino de personas e ideas.
Cuando hablamos de neoliberalismo, debemos recordar que la dictadura genocida del 76 fue pensada para imponer, precisamente, esas ideas, las de Friedman y toda la caterva de vaciadores de países, esos a los que les interesa un mercado especulador, porque ese no necesita tantos consumidores como, sí, inversionistas.
Hablar de “pensamiento nacional” era peligroso primero y utópico después. Tan utópico que cuando se abrió la “Secretaría de Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional” (hace poco tiempo, como una de las áreas del actual Ministerio de Cultura de la Nación) muchos ignorantes y petulantes se rieron, porque no entendieron la necesidad de poner en plena relevancia al pensamiento nacional, es decir pensarnos como patria y como patria grande, generar nuestros propios lineamientos, sin copiar ni importar, sino vernos desde la identidad. Importancia que terminó de corroborar en reciente Foro de Emancipación e Igualdad.
Y en este hecho me detengo, porque lo considero parte de la recuperación de espacios de libertad suprema. Los participantes que venían de Europa o de Estados Unidos (Chomsky precisamente) no vinieron a decir lo que ellos creen que debemos hacer, vinieron a compartir y a intercambiar experiencias e ideas, pensamientos y saberes, en plena horizontalidad, eso es un ejercicio de libertad importantísimo, pero más importante que eso es el hecho de la gratuidad de ese foro, es decir que no se cobró entrada, que se puso una pantalla gigante afuera, que se repitió a través de internet y que luego lo pasó, resumido, la televisión pública, para que llegue a quienes no pudimos vivir la maravilla de estar.
Pensar esa posibilidad hace diez años era delirio, el camino recorrido es innegable, salvo por usar una venda elegida.
El último sábado, por invitación de los compañeros de La Mujica de San Miguel, tuve la oportunidad de asistir al primer día del Encuentro Federal de la Palabra. Debo reconocer que me debía, en lo personal, la visita a Tecnópolis (a veces el trabajo y el trajín no nos dejan tiempos para todas las cosas que uno desea vivir) La entrada era gratuita, la entrada a todo el parque, a todo lo que estaba activo de la muestra que era más o menos la mitad, tal vez un tercio. Corroboré que es imposible recorrer todo en un día, aun siendo la mitad, uno no llega ni a palos a ver todo.
Más allá de haber disfrutado una entrevista de Santiago O´Donnell a Julian Assange en vivo (Assange, por motivos conocidos, vía teleconferencia) con traducción simultánea, para la que por supuesto estaban disponibles los audífonos –para los cuales sólo había que presentar el DNI- lo cual me pareció maravilloso. Pude disfrutar de los espacios abiertos con muchos árboles, con juegos para los niños (muchos, pero muchos), espacios de librería, paseo de las editoriales, un parque con hamacas paraguayas, tirarme al sol en el pasto, y el trato de las personas que trabajan allí, todos amables y sonrientes.
Párrafo aparte, me asombraba cada vez que alguien de la feria me preguntaba si me había gustado, si me sentía bien y me invitaban a regresar, te hacen desear quedarte.
A la vuelta, caí en la cuenta de que ese espacio con montones de áreas dedicadas no sólo al entretenimiento, sino, y principalmente, a la ciencia, la cultura y al conocimiento en general, antes sirvió sólo para entrenamiento militar -Tecnópolis se construyó en lo que antiguamente eran tierras del regimiento de Villa Martelli- para terror de los defensores civiles de la dictadura, un regimiento se volvía territorio popular de la cultura y la ciencia.
Hoy, 39 años después, pienso en todo lo recorrido, pienso que la tortura, el asesinato y el latrocinio no pudieron matar la belleza esencial del alma humana, no pudieron borrar el ansia de saber. Pienso que la chatura neoliberal no pudo vaciar las mentes, como sus ideólogos desearon porque somos esencialmente eso, pensamiento y acción.
Pensaba como hubiese sido esta patria querida sin las dictaduras que borraron las maravillosas acciones del pasado, es decir, como hubiese sido esta tierra sin la dictadura retrógrada y extranjerizante del 55, como hubiésemos sido, con las universidades llenas de obreros, con familias discutiendo política real, con la riqueza revolucionaria intacta y creciendo.
Porque si bien es innegable todo lo hecho, debemos saber que estamos recuperando lo perdido, y eso implica mucho esfuerzo. Pero el resultado vale el esfuerzo.
El sábado pudimos, mi marido y yo, conversar unos minutos como dos directivos de la muestra, me sorprendió la actitud humilde de ambos, contentos porque los felicitábamos, lejos de querer agradar (los que llevan tiempo leyendo lo que escribo saben que eso me importa poco) nuestro reconocimiento era sincero, porque se veía las ganas de que nosotros, el pueblo, nos sintiéramos bien, eso debe valorarse.
Sé que esta nota será, tal vez atípica con respecto a las que suelo escribir para esta fecha, pero me pareció ineludible trazar un puente, pensando en lo que pasamos como pueblo en las sombras de la dictadura, ese aire saturado de muerte, sangre, maldad y profunda ignorancia y esta actualidad, construida con tanto esfuerzo por todos nosotros, tan llena de fuerza, de expresión de vitalidad, una realidad en la que la ciencia y el pensamiento no son vistos como peligrosos, una época donde la censura es sólo un nefasto recuerdo (porque hasta las groserías tienen espacio). Es cierto lo que decían los sabios del Tawantinsuyo, a un tiempo de sombras le sigue uno de luz, en el que al principio está el caos creativo y luego el andar calmo del tiempo activo y vital.
Rescatemos todo lo que se ha luchado, todo lo que se ha hecho, defendamos lo que tenemos y apostemos a generar más cambios profundos.
La liberación no es un punto que se alcanza y ya, es una tarea diaria. Descolonizar el pensamiento, es una lucha constante que debe darse desde cada área de nuestras vidas.
Nos toca en este tiempo avanzar, caminar, seguir con los juicios por delitos de lesa humanidad a militares y civiles (porque a esa dictadura la generó la oligarquía), contar nuestra historia como pueblo y avanzar hacia una profunda revolución cultural, que no se detenga y marque futuro abierto para los que vendrán después de nosotros.