Agencia La Oreja Que Piensa. Sept/2013. Por Adrián Bernasconi
Entre 1970 y 1973 Chile vivió una experiencia tan magnífica como dura y llena de sacrificios. Viendo a Chile, toda Latinoamérica pensó que quizás era posible, que quizás se podía construir una nueva sociedad, una sociedad más justa y democrática, por vías pacíficas.
Pero la prepotencia, la violencia y la codicia del imperialismo, junto a los sectores privilegiados de nuestra sociedad, una vez más, demostraron su desprecio por la democracia (que ellos mismos pregonan, falsamente) y por la voluntad del pueblo y desplegaron toda su maquinaria aniquiladora para que nadie atente contra sus intereses más mezquinos.
Durante todo el mandato del presidente constitucional de Chile Salvador Allende, el gobierno fue cercado y debió soportar intentos de desestabilización permanentes.
El boicot económico interno y externo producía la descapitalización del Estado, desequilibrios macroeconómicos, escasez de productos de primera necesidad y el crecimiento de un mercado negro con precios por las nubes, en desmedro del bolsillo del trabajador.
Ese clima de malestar e incertidumbre era amplificado de la forma más maliciosa por la ofensiva de la prensa hegemónica.
A eso se le deben sumar las huelgas y lock out patronales, financiados por la CIA, y los cacerolazos y marchas a los cuarteles de las clases media y alta que no toleraban la idea de que el Estado deje de estar a su servicio para atender las necesidades de la mayoría del pueblo chileno, tradicionalmente excluido de la agenda pública.
En marzo de 1973, la Unidad Popular quedó en segundo lugar en las elecciones legislativas, producto de la unificación de todo el frente opositor. Sin embargo, su base electoral se amplió notablemente, sacando más votos que los que le permitieron llegar al gobierno 2 años antes.
Al momento del golpe de Estado y ante la conflictividad política reinante, el presidente Allende estaba decidido a llamar a un plebiscito para que el pueblo chileno se manifieste acerca de su gobierno.
Sin embargo, eso no fue posible. La irrupción de las Fuerzas Armadas impidió que la voluntad popular defina el destino del gobierno.
El 21 de agosto, un escrache frente a la casa de General Carlos Prats, Comandante en Jefe del Ejército comprometido con la continuidad democrática, lo obligó a renunciar. Dos días después asumió el cargo el General Augusto Pinochet, presuntamente leal y sin inclinaciones políticas manifiestas.
Recién el 9 de septiembre Pinochet se sumó al golpe que ya estaba planeado.
El 11 de septiembre de 1973, Santiago de Chile amaneció militarizada. Allende llegó al Palacio de la Moneda a las 7:20. A las 10:15 dirigió su último mensaje al pueblo chileno a través de la única radio que aún no había sido interrumpida por los militares.
En el mensaje dejó en claro que no pensaba renunciar, que el pueblo le había otorgado un mandato y que estaba dispuesto a sostener su compromiso hasta las últimas consecuencias: “Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo”.
15 minutos después del discurso del presidente, comenzó el fuego de las metrallas desde la plaza y los edificios aledaños. Minutos antes del mediodía, la fuerza aérea bombardeó la casa de gobierno.
14:20, los militares tomaron por asalto el Palacio de la Moneda. Allende hace salir a sus colaboradores para que se entreguen, vuelve a su oficina, toma el fusil que le había regalado Fidel Castro y se quita la vida.
Esa muerte, fue la muerte de Chile. La muerte se apoderó de Chile. A esa muerte le siguieron 17 años de una dictadura sanguinaria.
A esa muerte le siguió la instalación de un modelo neoliberal aún vigente, basado en la salud y la educación para pocos, la inequidad, la exclusión, el accionar del Estado sólo para promover negociados.
Chile es un país rico, pero sumamente injusto; uno de los más injustos del continente. Tiene una constitución impuesta por una dictadura y las áreas claves de su modelo político, social, económico y cultural están regidas por el paradigma neoliberal impuesto por la dictadura.
Una parte considerable de la población no asiste a votar, Chile tiene una institucionalidad política acotada y poco participativa.
El modelo chileno es elogiado por la prensa hegemónica y, en 1980, el ex presidente norteamericano Richard Nixon se refirió a la dictadura chilena en los siguientes términos: “Los detractores se preocupan únicamente por la represión política en Chile, e ignoran las libertades fruto de una economía libre […] Más que reclamar la perfección inmediata en Chile, deberíamos apoyar los progresos realizados” [Nixon, Richard. La vraie guerre. Albin Michel. París, 1980].
Hoy ya no se niega que el gobierno de Nixon fue el principal promotor de las acciones de desestabilización y del golpe de Estado contra Salvador Allende.
Los testimonios de ex agentes de la CIA y de diplomáticos norteamericanos y los archivos desclasificados de la CIA, el Departamento de Estado y el Senado yanqui, permiten reconstruir con lujo de detalles el accionar criminal de los EEUU y da cuenta de los millones y millones de dólares que destinaron a terminar con la democracia chilena.
Sin embargo, aunque la sociedad chilena tiene un largo camino por delante antes de poder revertir la herencia nefasta de la dictadura, debemos tener presentes y hacer propias las palabras de Salvador Allende en su último mensaje al pueblo chileno:
“Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.