Agencia La Oreja Que Piensa. 2012 (Por Juan Chaneton) (*)
Los europeos suelen decir que la Argentina es un país incomprensible. Los anglosajones también. Los europeos y los anglosajones no entienden, sobre todo, al peronismo. Entonces, concluyen en el dictamen antedicho: la Argentina es incomprensible.
Los argentinos no decimos que Italia es un país incomprensible. Lo sentimos así pero callamos y reprimimos el impulso inicial de perorar acerca de un país en el que no vivimos y al que, por ende, no conocemos por dentro, en sus entresijos y oquedades más recónditos, que son los espacios oscuros donde suelen habitar las señas de identidad más precisas de un pueblo.
Apenas tenemos agendados algunos datos de la historia de Italia. A Italia, en rigor, no la entendía ni Maquiavelo, que la unidad nacional fue su desvelo, que entendió lo que todo estadista entiende: si se quiere fundar el Estado nacional lo primero es tener un ejército.
Y lo segundo un líder político, amado, odiado o temido, pero líder, es decir, jefe indiscutido.
Maquiavelo no pudo convencer a nadie de que la prioridad era el ejército. Y en cuanto al liderazgo, saltó de sus expectativas esperanzadas en un santón oscurantista pero carismático como Savonarola hasta César Borgia.
Ambos le fallaron. E Italia siguió siendo una unidad geográfica pero lejos quedaba todavía el momento histórico de erigirse en unidad política. Y la fragmentación nuevamente la acecha, esta vez bajo la forma de una jauría que se la está comiendo a dentelladas, son los señores de los bancos, la encarnación del capital financiero devenidos ahora también jefes políticos del Estado. Italia era miembro –como hoy- de la OTAN y si el PCI ganaba una elección nacional -hacia allí marchaba el proceso político- la URSS tendría una cabeza de playa en el mismo seno de la alianza militar estadounidense. Inaceptable. Lo acompañaron al italiano sus colegas de España, Santiago Carrillo y de Francia, Georges Marchais. Por esos años, los únicos comunistas que no “bajaron las banderas” fueron el portugués Álvaro Cunhal y el uruguayo Rodney Arismendi. Ya señalamos más arriba que esto constituía, para los EE.UU., una perspectiva inaceptable. De unos y otros no queda, hoy, legado perceptible alguno. Moro estaba de acuerdo con que los comunistas accedieran al poder si era por la vía legal. Moro era un demócrata. El capital financiero no es democrático y ya existía entonces, sólo que no tan concentrado como ahora. El primer ministro en 1978 (el año en que asesinan a Moro) era Giullio Andreotti. Andreotti era enemigo declarado de las políticas de Moro. No quería a los comunistas en el poder. En eso coincidía con los EE.UU., con el Vaticano y con Gianni Agnelli, dueño de la FIAT. Los comunistas, finalmente, no sólo no accedieron al poder sino que, por entonces, cobraron impulso las políticas orientadas a la desestabilización de Polonia y de la URSS, cayó el muro e implosionó todo el orbe comunista y el escenario bipolar transmutó en uno unidimensional bajo la hegemonía incontestada de los EE.UU. en el marco de otro proceso que se dinamizaba a partir de ese momento y que consistía en la extensión de las relaciones capitalistas de producción en escala planetaria, esto es, la globalización. El berlusconismo fue la consumación cultural del apoliticismo y de la frivolidad como sustitutos de la militancia partidaria y la realización impiadosa de la concentración de la riqueza en pocos dueños en alianza con los bancos y en sintonía con la ortodoxia proveniente del FMI y del Banco Mundial como doctrina económica. El 12 de noviembre de 2011 presentó su renuncia luego de anunciar las medidas anticrisis, es decir, el ajuste sobre los trabajadores para salvar a los bancos. Dejó tras de sí liderazgos visibles de centroderecha (Gianfranco Fini, Humberto Bossi) y una renovada cultura de la discriminación contra inmigrantes extrazona. Del Quirinale (residencia oficial) se fue al palazzo Grazioli (residencia propia) en medio de abucheos y estentóreas muestras de repudio del pueblo que por allí se había dado cita a esas horas. Por encima de todos, en la pirámide institucional, está el presidente de la república, que hoy es el ex marxista y ex miembro del PCI Giorgio Napolitano, anciano ya, devenido, ahora, gerente político de los intereses de la ortodoxia financiera. En caso de crisis de gobernabilidad, el fusible que salta es el Primer Ministro. El Presidente le pide la renuncia y nombra a otro que forma nuevo gobierno y, con ello, la apariencia de continuidad del sistema institucional no sufre. El sistema parlamentario engaña mejor a las masas que votan. Moción de censura en el Parlamento al Primer Ministro, pedido de renuncia, convocatoria a nuevas elecciones y nuevo “premier”. Todo igual que antes, pero distinto. Así es. Fue una imposición del capital financiero que, a estas horas, asume de frente, con sus propios cuadros, la gestión de los asuntos políticos en varios países de Europa, ya que la política es algo demasiado importante como dejarla en manos de los políticos, parecieran pensar. Tienen a mano a Grecia para comparar lo que se les viene encima, pero igual aceptan. Nadie se oponía hasta que todo explotó. Luego vino la recomposición que estamos viviendo hoy. Así se desenvuelven los asuntos políticos y sociales cuando los protagonistas son los pueblos. En materia previsional, la edad para jubilarse aumentará gradualmente hasta llegar a los 67 años en 2026. También se prohíben las transacciones en efectivo por más de mil euros y se grava la propiedad de lujo. Se trata del paquete que hizo llorar a la ministra de Trabajo, Elsa Fornero, como entre nosotros lloró Cavallo, cual cocodrilo satisfecho después del banquete, en aquel olvidable día de la década de los noventa. Los sindicatos comienzan un lento desperezarse y los indignados italianos vislumbran la lucha de calles como opción. La protesta mezcla en el pliego reivindicativo la antidiscriminación y el repudio al ajuste. El centroizquierdista Partido Democrático, a través de su vocero circunstancial Vannino Chiti, reclamó que los hijos de inmigrantes puedan obtener la nacionalidad italiana. Si se es meridional, se es un indeseable, por lo menos para el elitista habitante de Milán, Turín y todo el norte de Italia, que se ve a sí mismo rubio y de ojos claros y muy cerca del anglosajón, ¡oh, secular estupidez humana…! Éste puede, en el imaginario de los dirigentes progresistas italianos, permanecer en las manos de siempre, las de los ricos, los propietarios de bancos, empresas y dueños de la economía negra. Pero, eso sí, pontifican, hay puntos innegociables: la salud y la escuela deben ser públicas y gratuitas; los inmigrantes deben ser integrados y los servicios esenciales deben estar al alcance de todos. Módico, por cierto, el programa de los partidos de centroizquierda italianos. (*) Periodista
Hoy, ese país es una nación soberana y unida en el marco de una “eurozona” que navega a los tumbos en el proceloso mar de la globalización capitalista.
Italia emergió de la posguerra lastimada como todos pero su economía empezó a crecer y pronto Italia hasta se dio el lujo de meterle miedo a un occidente capitalista que veía cómo, en el corazón mismo de Europa, un Partido Comunista contaba con millones de afiliados y de votos.
Para que el PCI accediera a la conducción del Estado era preciso un acuerdo con la Democracia Cristiana, pero este acuerdo nunca tendría rango de probable si los comunistas no abjuraban de la doctrina de los fundadores: Gramsci y Palmiro Togliatti.
Entonces, Enrico Berlinguer lo hizo. Fue secretario general del PCI entre 1972 y 1984. Fundó el “eurocomunismo”, una versión igualitarista de la organización social expurgada de espantajos teóricos como aquel de la lucha de clases y aquel otro de la dictadura del proletariado.
Entonces todo estuvo listo, en Italia, para el “compromiso histórico”, es decir, para el entendimiento con la Democracia Cristiana, compromiso del cual podía muy bien surgir el efecto deseado: que los comunistas llegaran al poder por medio de elecciones.
Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana, fue también Primer Ministro de Italia entre 1974 y 1976, es decir, “cohabitó” con Berlinguer en el manejo de una cuota del poder del Estado y de la sociedad durante dos años, ya que, el comunista era secretario general del segundo partido de Italia con perspectivas de erigirse en el primero.
El Primer Ministro y el Secretario General hablaron largo y tendido sobre el compromiso histórico.
Prietos y sintéticos antecedentes lejanos de la situación actual “posberlusconi” en Italia.
“Il Cavaliere” (apelativo mediático sustitutivo de Il Delincuente) gobernó a Italia demasiado tiempo como para que el país saliera indemne del desastre global.
Italia tiene un sistema parlamentario de gobierno. El pueblo elige mayorías y minorías parlamentarias y de aquí surge el Primer Ministro que será el jefe del gobierno por el período que marca la Constitución.
Ahora no hubo elecciones anticipadas. El presidente Napolitano ha elegido a Mario Monti como nuevo Primer Ministro. No le quedaba otra.
Mario Monti es economista y ex comisario europeo y deberá profundizar las medidas de ajuste de Berlusconi para salvar a los bancos de la quiebra.
Italia es un país incomprensible. Berlusconi es millonario, frívolo, insensible e impiadoso ante las necesidades del pueblo y adicto a las prácticas sexuales con menores según las acusaciones que, oportunamente, pesaron en su contra. Pero ese mismo pueblo le bancó una carrera política de 17 años y ahora acepta más de lo mismo, si es que no resulta peor de lo mismo.
Esperan. Se resignan. No hay cómo hacer frente, por ahora. Esto, en realidad, no es incomprensible. Es lo que pasó en la Argentina durante doce años.
Mario Monti es un tecnócrata devenido candidato de la alta finanza, del capital concentrado, de la Iglesia, de la derecha política y hasta de los sindicatos y de la oposición que parece creer que, por ahora, no hay otra alternativa.
Italia debe el 120 % de su PBI y el paquete anticrisis aprobado por el gobierno de Berlusconi incluyó desgravaciones fiscales para impulsar la economía, la venta de propiedades estatales y la flexibilización del mercado laboral.
Por su parte, Monti profundizó las medidas. Su plan agrega como meta un ajuste de 30.000 millones de euros; recortes de hasta 500 millones en las administraciones provinciales y la reposición del impuesto a la primera vivienda que Berlusconi había eliminado.
La victoria del capital financiero, en Europa, puede ser pírrica. Abundan los economistas que concluyen en que la ortodoxia no hará más que agravar los problemas pero no solucionarán nada.
El rebrote racista que se cobró la vida de dos trabajadores senegaleses y dejó heridos a otros tres, disparó una movilización masiva de repudio en la ciudad de Florencia. También las calles de Milán, Bolonia y Nápoles vieron al pueblo salir a las calles.
Pero será difícil la cosa. En Italia, el racismo no pone la mira sólo en los extranjeros, sino también en los propios italianos. No importa que se haya nacido en el mismo país.
Dicen que Gramsci decía: “odio a los indiferentes…”. Sin duda que los indiferentes hacen daño. Son el caldo de cultivo ideológico donde se cuecen a fuego lento, para entrar en su punto justo, los prejuicios que conducen al reverdecer del mesianismo de derecha, llámesele nazismo o asígnesele alguna otra denominación más fashion.
Lo cierto es que ser de izquierda hoy, en Italia y en Europa, no incluye ya en el programa el punto referido al poder.
El punto es que no parecen advertir que el capital financiero va a ir por más, es decir, por la escuela y el hospital para el que lo pague, por la reducción de los costos laborales, por el aumento de la productividad a través de los despidos masivos.
El abstencionismo no deja de crecer, en Italia, desde los años ’80. Son los indiferentes que odiaba Gramsci. Tal vez esa indiferencia sea la calma que precede al tsunami.
Acá, en América latina, no tenemos esos problemas. Acá, el capital financiero sólo nos pone como punto de agenda qué hacer ante la posible invasión a Venezuela de algún “ejército libertador”, que Obama se halla, por estos días, arreciando sus “condenas” a la Revolución Bolivariana. Actos preparatorios de nuevos crímenes.