Agencia La Oreja Que Piensa. Dic. 2012.(Por Adrián Leonel Sassola)
“Desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta.”
Rafael Correa.
Los medios juegan un rol fundamental en una sociedad como la actual, con una alta exposición a información a toda hora y a todo momento gracias al avance de las tecnologías de comunicación.
Pero la verdadera pregunta que uno debe hacerse es ¿Quién es el emisor de toda ésa información? La respuesta es muy fácil y clara: los grandes medios de comunicación con sede en EE.UU y Europa. Ellos procesan la información según su conveniencia y con sus pares, de países periféricos, se encargan de imponer una construcción cultural y política al resto del globo.
Tras la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética, EE.UU se erigió como la potencia cultural y económica.
Esto llevo a que los países en vías de desarrollo quedaran subordinados a los designios de Washington. Los fatídicos noventas implicaron un retroceso en las conquistas sociales y laborales sobre todo en los países de nuestra América Latina.
Los gobiernos electos democráticamente surgían a borbotones tras largas dictaduras, pero su común denominador fue la adopción del neoliberalismo a ultranza.
Estos gobiernos subordinados a los poderes económicos generaron una gran desigualdad y una concentración extraordinaria de la riqueza y de la información en pocas manos, porque vale aclararlo, los grandes medios de comunicación en Latinoamérica son también parte de las oligarquías locales.
El auge de la tv basura (discriminadora, comercial y banal) alimentó la creencia de que se vivía mejor y borró de un plumazo la creencia de que una sociedad es más justa si se crece a la par el uno con el otro suplantando ésa premisa por la del éxito individual.
Claro que la destrucción del estado de bienestar tendría sus consecuencias, los grandes medios de comunicación que siguieron dominando la escena política en las sombras, no pudieron ante el voto y los gobiernos neoliberales fueron suplantados por gobiernos populares en casi todos los países latinos desde principios del siglo XXI.
No sólo se produjo un quiebre en materia política, los presidentes cuestionaron por primera vez al cuarto poder (detrás del ejecutivo, el legislativo y el judicial), que es el poder mediático.
A partir de allí quedaron desnudos, creyendo que aún podían derrocar o evitar que asumiera tal o cual presidente. La realidad les marcó otra cosa.
Los movimientos sociales y la población civil, que comenzó a despertarse de ése largo sueño neoliberal, por primera vez en muchos países o retomando la iniciativa en otros, defendieron a los gobiernos surgidos de las urnas.
Los medios de comunicación concentrados optaron por una actitud agresiva, apelando a la falta de libertad de expresión como cliché ante los gobiernos que buscaban regular su posición dominante.
La Argentina dio el puntapié inicial en ése sentido, pero el poder de fuego de los grandes medios no ha disminuido. La falta de oposición política lleva a que estos medios ocupen dicho lugar defendiendo sus intereses y los de las oligarquías locales.
Éste es el escenario actual en este vasto subcontinente que llamamos Latinoamérica.
Obviamente, los procesos políticos varían de país en país. Ahora los que deben tomar la posta los pequeños medios para reemplazar la concentración mediática.
Es fundamental el apoyo explícito de los gobiernos locales. Los medios populares deben actuar como puente entre la sociedad marginada y desinteresada de los grandes problemas cotidianos con la información.
Estos medios son el futuro, deben cambiar la mirada euro y norteamericana céntricos para reflejar lo que somos en realidad, sociedades con amplias diversidades culturales donde conviven pueblos originarios, pueblos perdidos en la inmensidad de éste subcontinente y las grandes urbes latinas que son lo opuesto a las frías urbes europeas, quiero decir la “sangre latina”, que respiran, viven y que están en continuo cambio y movimiento.
Ampliar el espectro cultural, que lleva de la mano a lo laboral.
Estos medios no deben pensar en lo comercial, caer en ese error sería fatal. Trabajar en la calidad y no en la cantidad.
Que la información no sea la voz de los grandes periodistas por demás endiosados, aprender que cada uno puede decir lo que piensa y ver en el comunicador a un par.
Entender que dando voz a los que no la tienen se permite cuestionar, peticionar a sus representantes y a los poderes fácticos como las empresas o grandes monopolios comerciales.
Crear una red de intercomunicación para eliminar la mirada centrada solo en lo que ocurre en Buenos Aires (a la gente del interior, uno piensa, no le importa si hubo una salidera bancaria en Avenida Santa Fe, o si otra vez se inundó el cruce con Blanco Encalada).
En conclusión, cambiar a la sociedad, darle el poder que le pertenece y que dimensione su alcance.
Algo que va a llevar mucho tiempo y que seguramente tendrá resultados dispares, pero que empieza a parecer una realidad más que una utopía de quienes, en el siglo anterior, lucharon por un mundo mejor.