Agencia La Oreja Que Piensa. Por Alberto Borda.
El teatro sigue abriendo camino a la cultura. Lejos del mercado, huérfanos de subsidios y con la trayectoria de 28 años de continuidad junto al Grupo de teatro independiente “Macondo”, Gabriela Doval (*) y Emilio Segovia (**) coinciden que el teatro les permite “sensibilizar un mundo complejo”, pero que “para llegar a un puerto no hay otra que navegar”.
En esta entrevista exclusiva para la Agencia informativa La Oreja Que Piensa, ambos directores, recorren momentos de sus inicios, la importancia de Teatro abierto en sus vidas, y la experiencia colectiva desde el conurbano con un grupo de actores. “Fue un trabajo quijotesco del que estamos orgullosísimos” expresan.
¿Como fueron los inicios en el ámbito teatral?
-Gabriela Doval.: Me inicié en el teatro sin saberlo, tuve el privilegio de ir a un jardín de infantes, a mediados de los ’70, que basó toda nuestra educación en el Teatro.
Aprendimos los colores, música, danzas folklóricas, texturas, los personajes de nuestra historia, incluso a leer jugando y hacíamos presentaciones cada 3 meses.
Aprendimos que la suerte de uno era la de todos, aprendimos sin saber ¡cuánto estábamos aprendiendo! Aquella maravilla se terminó de golpe, literalmente de un Golpe.
Y como decía Cortázar: Abandoné mi educación para ir a la escuela. Cuando retornó el período democrático se abrió la inscripción para un taller de teatro en la escuela a la que concurría y me anoté sin pensarlo.
Desde entonces a hoy transité el teatro desde arriba, abajo o detrás del escenario. Aprendiéndolo, enseñándolo, dirigiendo o escribiendo.
-Emilio Segovia: El inicio en el arte fue con la plástica y de muy chico, me críe en un orfanato religioso de Mercedes y supongo que dibujar fue el modo de poner en algún sitio el temor/horror que infunden en la inocencia de un niño el rigor y la crueldad de esos sitios.
De grande, cuando lo pude pagar, estudié con maestros como Tito Pérez y Aníbal Carreño pero yo quería hacer cine, sentía que ese era el lenguaje que me interpretaba y de hecho me compré una super 8; y un día acompañando a unos amigos a su taller de teatro…
Fue como un amor a primera vista, pero mucho tuvo que ver la sabiduría y pasión que irradiaba aquel maestro, me refiero a Francisco Tricio, hubo otros maestros, pero mi faro fue Francisco, fui su asistente por casi 20 años hasta que emprendí mi propio rumbo y fundamos Macondo.
-Teatro abierto fue un espacio de resistencia a la dictadura militar de artistas teatrales que dejó una impronta de humanidad. Que les sucedió a ustedes?
Ambos: Para nosotros Teatro Abierto es un faro en la historia de Argentina, por la valía artística -estaba allí lo mejor de la escena nacional-, por el legado dramatúrgico -de allí provienen muchas de las mejores piezas de la dramaturgia nacional.
Lo esencial de esos textos estaba debajo, detrás de las palabras, ya que había una imperiosa necesidad de decir y al mismo tiempo no se podía y eso forjó un estallido creativo: teatro absurdo, simbolista, parodia, farsa trágica…
Y por último, pero prioritario, por el aspecto humano, la medida del coraje de esos hombres y mujeres no era semejante a ir hoy a una marcha, era proporcional a jugarse la vida literalmente cada día, fueron ARTISTAS PATRIOTAS.
Arriesgaron su vida por amor al teatro y por compromiso con su pueblo que necesitaba imperiosamente un sitio donde espejarse y acompañarse. Aún a riesgo de resultar pedantes, somos continuadores de ese concepto de teatro: acto colectivo de amor, de entrega, de lucha y resistencia a través del arte.
-Surge el Grupo de Teatro Independiente Macondo, una experiencia colectiva desde el conurbano con mucha vitalidad…
-G.D.: Nosotros nos conocimos en el ’90 haciendo teatro. Veníamos de distintas experiencias, pero coincidíamos en el querer hace algo más jugado, tomar más riesgo. Tardamos en advertir que cuando ningún sitio es el tuyo, más que seguir buscando hay que crearlo.
Y nos envalentonamos con una pieza que profesores de ambos sólo realizaban en fragmentos como material de estudio porque sostenían que era irrealizable y nos embarcamos a hacer “Muertos sin Sepultura” de Jean-Paul Sartre.
Sabíamos que un grupo independiente si de algo no puede depender es de sitios prestados o alquilados y transformamos el garaje de la casa de Emilio en San Andrés en la sala de ensayo y estudio de Macondo
Comenzamos a convocar a amigos actores para reunir el elenco que no fue nada fácil, necesitábamos gente con experiencia, con volumen y dominio escénico -la obra era muy exigente, tanto por la complejidad de los textos como por lo jugado de varias escenas (tortura, el asesinato de un niño), pero como dice Roberto Casale, enorme actor de la vieja guardia de Macondo: “Es preferible trabajar con diez voluntades a diez talentos”, y tuvo razón.
Apostamos a una mixtura de gente muy experimentada con chicos que ni siquiera habían estudiado teatro pero tenían hambre de aprender y lo maravilloso fue que no los distinguías en escena porque esos chicos tenían una pasión, unas ganas de jugar en esa liga mayor que era semejante obra y al lado de actores que tenían más años de tablas que ellos de vida que abrazaron “Muertos…” con un compromiso indescriptible.
Aquellos chicos, que hoy son hombres (Carlos Zerrizuela, Rodrigo Lois, Ariel Garcés, Fernando Rodríguez, Gonzalo Lisiardi, Manolo Zerrizuela) se dejaron la piel en escena. “Muertos…” fue un trabajo quijotesco del que estamos orgullosísimos.
Anécdota sobre “Muertos…”: Un día, directivos de la Alianza Francesa y de la Sociedad Francesa de Socorros Mutuos trajeron un director de teatro francés que estaba de turismo en Argentina, cuando llegó nos trató con la clásica arrogancia de los franceses cuestionándonos por qué nos habíamos metido con un autor de ellos, y que para tener el teatro como hobby había autores de aquí.
Ese mismo hombre 2 hs. y media después estaba aplaudiendo de pie, con los ojos humedecidos y no entendía que hacía ese trabajo perdido en el conurbano. También para él Argentina terminaba en la Gral. Paz
El Nombre: Cuando empezamos a gestionar un lugar donde estrenar nos dimos cuenta que éramos un grupo de teatro sin nombre, nos reunimos una noche a fin de no irnos hasta no tener un nombre, tiramos cantidad de propuestas, pero ninguna nos satisfacía hasta que en un momento Emilio pronuncia ‘Macondo’ y fue como llegar a puerto, ¡ese era el nombre! con identidad y pertenencia de la Patria Grande, una mixtura de realismo mágico, épica latinoamericana y resistencia.
E. S.: Hay una anécdota que creo nos define. Nos hemos ganado algunos enemigos por no negociar con la corruptela de manejos de fondos y un largo etc. y más de una vez nos lo facturaron.
En el ’97, en una competencia vergonzante nos cortaron la luz, estábamos haciendo un fragmento de una adaptación a teatro que hice de La Hojarasca de G. G. Márquez.
La respuesta de organizadores fue: “lo sentimos”, pero a nosotros la adversidad nos envalentona y si la adversidad tiene aroma de intencional ni te cuento. Pedimos un tiempo y fuimos a comprar velas, en cantidad de cualquier forma y tamaño, y un par de linternas. Armé la puesta con lo que trajeron, incluí que una actriz las fuera encendiendo mientras se desplazaba en una danza que coreografió Gaby en 2 minutos.
Terminaron haciéndonos un favor enorme, fue un hecho teatral arrollador, se te erizaban los poros. La luz volvió inmediatamente después de que terminamos, obviamente, pero fundamentalmente fue un hecho teatral de resistencia… ese es el aroma de Macondo.
-Cuéntenme de la vieja guardia de Macondo? A quienes recuerdan
E.S.: Llamamos la Vieja Guardia de Macondo al grupo que estuvo desde los inicios (enero del ’94) a 1997/98: Diego Busetti, Roberto Casale, Ariel Garcés, Patricia Hernández, Rodrigo Lois, Román Martín, Rubén Martín, Jorge Monticceli, Oscar Ponce de León, Liliana Rancaño, Rubén Ratto, Ana Clara Rojas, Verónica Serrato, Carlos, Cecilia y Manolo Zerrizuela, y nuestros entrañables amigos y compañeros que ya no están físicamente pero siempre presentes: Adelma Martín, Enrique Volpi y Marcelo Dzienzarsky.
A partir del ’98 vino un recambio importante, pero en aquellos primeros años además de fundarse el grupo, fundamos la Escuela Taller de formación actoral para adultos y la de adolescentes. Eran años durísimos, muchos estaban sin trabajo y sin embargo, o en realidad justamente por ello, fueron de los tiempos de mayor participación y realización.
G.D.: La vieja guardia de Macondo es un tesoro humano. Perseveramos mucho con la gente joven en que la historia (de un grupo como de un país) no es cine continuado que empieza cuando ellos llegan, honramos y mantenemos viva la llama de cada integrante que puso cuerpo y alma para que tengamos un grupo, un recorrido, una historia y esos cimientos lo sembró la Vieja Guardia.
-A quienes hay que recordar como mentores por su aporte al teatro?
G.D.: Tengo muchos faros, en el teatro infantil: Hugo Midón; en la dramaturgia nacional Pavlovsky Agustín Cuzzani, Gorostiza; en la actuación María Rosa Gallo, Miguel Angel Solá, Villanueva Cosse, Bárbara Mujica.
E. S.: Como directores y puestistas Rubens Correa y Javier Margulis, de hecho, juntos hicieron una de las puestas en escena y dirección que más me conmocionó de todo lo que he visto en mi vida y fue Los Siete Locos de Arlt a fines de los ’90 en el Cervantes. Actoralmente Ulise Dumont, Pepe Soriano, Lautaro Murua; pero faltaría a la verdad si no menciono al artista que, aunque no proviene del teatro, me marcó y admiro profundamente, uno de los más grandes referentes por talento y por identidad nacional: Leonardo Favio.
-¿Qué les da el teatro, qué herramientas encuentran como ciudadanos para tener otra mirada de la realidad?
E.S.: El teatro nos permite, o me permite, intentar sensibilizar en un mundo complejo e insoportablemente cruel. Ponemos, con estética y con tripas, una lupa en rostros y voces de la realidad silenciada, no hacemos algo distinto a lo que ustedes desde La Oreja visibilizando esa inmensidad de hechos y personas que jamás rozarán ni tangencialmente los grandes medios.
Ustedes y nosotros usamos diversas herramientas, pero damos cada día la misma batalla del mismo lado de la trinchera. No es que el teatro me haya dado otra forma de ver la realidad, sino que intentando humanizar y oponer resistencia a esta realidad es que hago teatro.
G.D.: Ahora mismo, mientras hacemos este reportaje, hay un hombre mayor, vecino del barrio que vive en un pasillo ¡en un pasillo que le han prestado!, no tiene flia., está algo enfermo y cuenta con escasos recursos, se enteró hoy por la tarde que hacíamos teatro y acaba de terminar de ver nuestros videos por internet y está conmovedoramente mandándonos mjs. de agradecimiento porque se siente: 'menos solo'; estas cosas demoledoramente conmovedoras me ha dado el teatro y me recordó aquello que profesaba Alfredo Moffatt: hay que hacer sin plata y sin permiso.
Hace 40 años que hago teatro, tanto con funciones como dando clases en salud mental, en hospitales y clínicas psiquiátricas, en las villas, en bares, en salas, en clubes, en bibliotecas, en un patio, un garage o en la calle; con niños, adolescentes, adultos; con grupos numerosos, reducidos, o con sólo un alumno.
Hubo tiempos muy duros, como en los ’90 que teníamos la luz cortada y ni un mango para una garrafa, o cuando Macri azotó con el tarifazo y laburábamos con velas; o en la pandemia o ahora mismo, y además no es fácil un grupo humano menos en esta disciplina (egos heridos, vanidades, conflictos, etc.)
Hubo más de un trago amarguísimo, pero para llegar a un puerto no hay otra que navegar y no es un viaje de placer esperando que alguien me lleve a destino, el camino hay que hacerlo y es un camino de laburo, construcción, confianza, entrega y aprendizaje colectivo.
- Ocupa el teatro un lugar importante en sus vidas?
E.S.: Fundamental, siempre, aunque en este momento esté haciendo menos. Otras disciplinas acuden en mi ayuda, como el dibujo o las ideas de cine que siempre me acompañan… Soy en tanto hago, creo, sueño, realizo y comparto. La vida sin arte, sin plasmar lo que imagino, es la expresión más brutal de lo finito que somos.
G.D.: El lugar donde soy en plenitud, mi amada trinchera de trabajo y desde el cual puedo dar mi mejor aporte.
-Como describen el contexto social y político del teatro.
G.D.: Creo que al teatro le viene ocurriendo lo mismo que a la sociedad, estamos perdiendo espesura, profundidad, identidad, pertenencia y ganamos en abordajes aburguesados o “re locos” (rupturistas de la ruptura).
Yupanqui decía “si no conoces a tu pueblo, no alcanzarás a traducirlo nunca”. El teatro, como decía Eugenio Barba, debe ser arena en el engranaje, debe incomodar, testimoniar, cuestionar, bucear en los pliegues del alma humana, creo que el Arte todo atraviesa una gran crisis en tanto se va tornando mercancía de consumo y va a apareciendo cada vez más un sujeto generador de productos vendibles.
Y creo que una vez más, acorde a nuestra historia, es en la Argentina profunda donde hay mayor correlato entre lo que se teatraliza y la gravedad descarnada y desolada de la mayor parte de nuestros compatriotas.
E. S.: El contexto social y político del teatro va como siempre de la mano del contexto socio político del país y se suele medir la actividad teatral por lo que pasa en la Capital (cientos de salas y de obras en cartelera) lo cual no representa, como nunca lo hace la Capital, ni por asomo el latir del resto del país.
Hacer teatro hoy en el conurbano, sin financiamientos ni subsidios, es… una patriada que pone a prueba nuestra propia resistencia. Hay un marcado y preocupante desapasionamiento y apatía en imposible combinación a una ansiedad por resultados (estreno, funciones) rápidos. Lo que conduce inexorablemente a frustraciones.
Compromiso y hermandad
En plena crisis del 2001 estábamos haciendo con ¡62 personas! Los Indios estaban Cabreros de Agustín Cuzzani, más de la mitad estaba sin trabajo o sin un mango, para ensayar se bancaban entre todos los gastos de viáticos de quienes no podían, se llevaban viandas para los que estaban más ajustados, no había un ensayo donde no estuvieran todos, más aún venían con novias, maridos, una amiga, hijos...
El país era un volcán en erupción y no hubo una sola persona que dijera: "Dejemos el teatro para otro momento" todo lo contrario. Se iba a la plaza, se resistía en las calles, asambleas y a la noche ensayábamos. Cuando recuerdo ese nivel de compromiso y de hermandad... me da mucho temor cuánto se ha perdido y a dónde estamos yendo.
En el ’96 teníamos un grupo adolescente que además de los 2 días semanales donde ellos tenían clase y ensayo, pedían venir a ver a los adultos en sus ensayos o clases. Hoy te cuesta reunir a un pequeño grupo 1 vez a la semana y si el proyecto requiere de un largo proceso es muy probable que no llegues a destino.