Agencia La Oreja Que Piensa. Por Darío Villegas.
El dolor se hace imperceptible, durante el pauperizante discurso de esta cotidianidad flagrante, asechando con su hocico de llevarse las horas para todo y cada cosa.
El retumbar de las avenidas sangrando hombres a medias y luego la misericordia de la vida, cavando sus hoyos para después, en cualquier momento.
El grito desesperado y desesperante en cada juego de labios porque si, para nunca y remotamente para siempre.
Ir y venir de imágenes, desparramando sus cartas circulares apabullando un destino, la mediatez del camino siempre de ida, dibujado con el pulso de esa geometría divina sobre la piel del tiempo, excomulgando horas, minutos y vidas sangrando sus dioses incautos, peregrinos sobre los tableros donde el todo derrama sus universos azarosos, ese mañana quien sabe.
Las ruecas con sus rutinarias y oscurecidas tejedoras, hilándonos lo que de vida queda, atentas en su descarnada faena, llevándose los colores del mundo, las manos de agua fresca y pájaros para siempre, diluviando las voces bajo sus alas, los caminos donde Macondo es la geografía impensada, donde cada vez regresamos a escaparnos del mundo, de la desolación del discurso entronizando la no libertad del alma.
Y en cada momento, al tiempo, volvemos como la primera vez, con nuestra camisa dominguera blanca, inmaculada, a los funerales donde la muerte inaugura la vida en sus siestas de entrepiernas húmedas, en los catres ennegrecidos de contener la sed verdadera, durante las eternidades del estío.
Todo sucede dentro y fuera, por ese sendero mágico, crisol donde el oro se desnuda en plomo, Melquíades y sus gitanos siempre regresando, para quedarse en los bordes de la carne y a veces el alma, José Arcadio, Aureliano, Ursula, Pilar, Amaranta, Pietro, Fernanda, todos y cada uno volando a encender un cielo donde el infierno tiene voz de azúcar y limoneras danzando para despertar el aire dulce de olores frutales y la fecundidad vertida en tierra negra, luego roja y para siempre cada amanecer.
A partir de hoy, de este minuto donde la clepsidra detiene su voz de arrancarnos el día y cada momento, tu silencio dice para siempre la multitud de soles que cantas en cada rincón del universo, donde tu magia, inconmensurable Alquimista y toda luz, trascienden los cuadrantes de tiempos sin luna, para darnos un pedazo de tu dios pagano y cada grito de amor derramando vida y siempre ardor en tus letras de fuego.
Gracias, siempre gracias, para siempre, hacedor de sueños.