Agencia La Oreja Que Piensa. Oct/2013. Por Sergio Ferrari, desde Argentina.
Pablo Matossian es economista, empresario, profesor universitario y analista independiente. En esta entrevista analiza ciertas dinámicas de la actual situación económico-financiera que marcan la realidad argentina.
P: De cara a las próximas elecciones parlamentarias del 27 de octubre, el tema económico jugará, sin duda, un peso decisivo. ¿Existen grandes antagonismos entre el proyecto actual del Gobierno Kirchner y el de las fuerzas políticas opositoras?
R: Los proyectos económicos son poco relevantes. Es casi imposible distinguir entre el Gobierno “K” (ndr: de Cristina Kirchner) y lo que propone Sergio Massa, que hoy lidera el Frente Renovador de oposición pero hasta hace algunos meses era un alto funcionario de Gobierno.
Por otro lado Mauricio Macri – que lidera la Propuesta Republicana- se viste de derecha, pero nadie, tal vez ni él mismo, sabe qué hará realmente en caso de llegar al poder.
P: Fuertes críticas se elevan contra el Gobierno por su política de control de divisas. ¿Ha dado resultados? Logró preservar la huida-estampida de divisas del país?
R: El cepo cambiario no es una política del Gobierno sino una medida inevitable dada la fuga de dólares que ocasionó la falta de confianza que representa el Gobierno para los agentes económicos.
Si llegara al poder alguien capaz de recuperar ese prestigio podrá levantarse esa restricción, pero un Gobierno desgastado no tiene otra opción.
P: Especialmente las críticas vienen de sectores altos y medios altos quienes protestan contra lo que ellos consideran como una restricción para viajar al exterior con divisas en la mano…
R: Las críticas tienen cierta lógica. El cepo no es una buena opción. También hay que destacar, sin embargo, que a nadie se le impide desplazarse, siendo que en el mercado “blue”, (mercado paralelo) -que el Gobierno niega pero sin duda existe-, hay dólares o euros disponibles para todos. Simplemente que a un precio más alto que el oficial.
P: El Gobierno continúa implementando planes y subsidios sociales amplios. ¿Cuál es su visión sobre el impacto real de esta política social? ¿Puede ser considerada como un avance para asegurar una redistribución del ingreso nacional hacia capas/sectores sociales marginados?
R: Los planes sociales y los subsidios son medidas aceptables y necesarias para atender a situaciones de emergencia social como la que se dio en el 2001.
Su objetivo último es ganar tiempo hasta que la política económica logre formas de sustento basadas en la capacitación y el esfuerzo individual que permitan a cada cual el desarrollo personal que desee.
Desde mi punto de vista es buena la medida pero no su persistencia. Ella indica el fracaso de la política global que no ha absorbido a las fuerzas laborales.
Y que usa e esta herramienta con carácter clientelista. Estas circunstancias no son elogiables.
P: Para concluir, ¿piensa que se puede hacer una evaluación “objetiva” de la gestión del Gobierno desde la perspectiva de los resultados en el plano económico?
R: Toda evaluación respecto a la gestión de un gobierno se apoya en alguna ideología, explícita o tácita. Mi balance no escapa a esta regla general.
La sociedad argentina padece una lucha distributiva que lleva décadas. En esa lucha se han empleado distintos medios, más o menos civilizados, más o menos legales.
Por cierto en todas las sociedades se puja por los recursos económicos, pero nuestra singularidad consiste en que ningún gobierno, ningún líder, ningún signo ideológico, ningún usurpador del poder ha logrado acuerdos medianamente estables para administrar ese conflicto.
Cada vez que un nuevo gobierno asume, la potencia de un buen resultado electoral o aún la fuerza militar que precede a una asunción ilegal le permiten, en una primera etapa, sustraerse de las presiones sectoriales.
Pero apenas se produce un incumplimiento de los primeros objetivos fijados, apenas existe un mínimo desgaste, todos los jugadores nos sentimos estafados por el resto y comienza la lucha autodestructiva.
Tan pronto la lucha se hace más intensa, los gobiernos se ven obligados a aceptar concesiones que no son sostenibles, a partir de lo cual la degradación se hace manifiesta e inevitable.
En esa etapa se invoca monótonamente a la corrupción como fuente de todos los males. Es muy cierto que existe y resulta moralmente inaceptable, pero no es la verdadera causa de los sucesivos fracasos.