Agencia La Oreja Que Piensa. Marzo 2013. Por Mariano Rolón
Siempre evoco ese momento y me produce mucha emoción. Calculo que seria primavera del año 1981 cuando mi papá me invita a ir a la cancha del Club de Independiente en Avellaneda. La alegría era enorme.
Me sentía gigante. El “rojo” nada menos que con Boca y yo tocaba el cielo con la manos y saltaba de de un lado a otro con mis nueve años.
Mientras mi madre cocinaba, lo único que pensaba era ver los equipos saliendo por el túnel, Poder gritar un gol, y ver la magia que transmite una pelota cuando gira, se eleva y toma vuelo.
Cuando mi padre me dijo que me preparara porque había llegado el día, la ansiedad me desbordaba.
Disfruté mucho del salto de la gente en las tribunas, con el grito que retumbaba en todo el estadio, miraba a todos. Mi viejo no me soltaba y de repente me sentí tan grande, por que me tenía subido a sus hombros y desde allí se veía la multitud.
Del partido? Casi ni me acuerdo, lo que queda es la felicidad que hasta el día de hoy me reconforta de haber compartir con él ese momento.
Ya pasaron muchos años… y ese momento me marcó. De vez en cuando pasó por el estadio, y me veo allí, sentadito en los hombros de papá.
Hoy mis hijos son pequeños y el deseo de llevarlos a ver un partido de futbol me moviliza.
Fotografía de Francisco Ontañón.