Agencia La Oreja Que Piensa. Por Sergio Ferrari
Sumergido en dos realidades y actuando como puente entre dos continentes, el economista suizo Beat Schmid coordina proyectos de cooperación en Centroamérica. “Los que van a pagar el mayor precio de esta crisis sanitaria mundial, serán, al final de todo, los países del Sur y particularmente su gente más pobre”, subraya.
Radicado en El Salvador desde hace muchos años, Schmid es el coordinador en esa región de la organización helvética “Ayuda Médica para América Central” (AMCA), que tiene su sede en Tesino. Con una experiencia de más de tres décadas en diversos países de América Latina y el Caribe, su mirada global facilita un análisis agudo de la situación de esa región, convertida en la actualidad en uno de los epicentros de la pandemia a nivel mundial.
A inicios de agosto, y en el marco de su mandato profesional, Beat Schmid pudo llegar a Suiza en un vuelo de repatriación de ciudadanos europeos. Luego de los reglamentarios diez días de cuarentena cumplidos en la sede de AMCA, en Giubiasco, multiplica su agenda de encuentros, reuniones y visitas en distintos cantones. Oportunidad para compartir reflexiones sobre sus vivencias “in situ”.
Solidaridad helvética
Luego de un primer momento de desorientación general, cuando el COVID-19 comenzó a golpear a Centroamérica, y a pesar que AMCA no es una organización de ayuda de emergencia, “pudimos sostener desde Suiza dos proyectos que fueron muy apreciados”, explica Beat Schmid.
“En Nicaragua, junto con organizaciones locales, y con el apoyo de COSUDE (Agencia Suiza para la Cooperación y el Desarrollo), del Cantón de Ginebra y de la organización hermana Médico Internacional, respondimos a una solicitud de las autoridades sanitarias nacionales de ese país”. AMCA aportó equipo y materiales de protección para el personal médico y enfermeras por un monto de más de 100 mil dólares. “Acompañamos y le damos seguimiento a la distribución del dicho material en diversos hospitales. Fuimos testigos directos del impacto positivo de esta iniciativa solidaria”, puntualiza.
En El Salvador, donde es más difícil colaborar con las instancias oficiales – y se multiplican los casos de corrupción en la gestión de recursos estatales-, “apoyamos junto con el movimiento suizo de solidaridad (diversos comités, y el Secretariado para Central América / ZAS), la solicitud de una red nacional alternativa. Se trata de un grupo de activistas sociales, en distintos lugares del país, que con el sostén de un medio centenar de médicos comprometidos promueven medidas de autoprotección comunitaria y acompañan a personas enfermas en sus hogares y en los hospitales”.
En este caso, el proyecto de algo más de 5 mil francos, también consistió en la compra directa y distribución de desinfectante, barbijos, algunos medicamentos de base. “Las contrapartes no quisieron recibir el dinero en efectivo. Nos pidieron que las acompañáramos a comprar esos materiales”, explica el coordinador de AMCA.
“Muchos gobiernos no pasaron la prueba”
“Percibo que los gobiernos centroamericanos – y muchos de América Latina- no aprobaron el examen político. No lograron, en el marco de esta crisis sanitaria de grandes dimensiones, promover una real unidad nacional, sobrepasar las diferencias políticas con la oposición y encontrar respuestas comunes y únicas”. La polarización político-ideológica es moneda corriente y no se pudo superar en una situación tan compleja y particular como la producida por la pandemia, acota.
Muchos países, además, demostraron una gran fragilidad de sus sistemas de salud pública, producto de políticas neoliberales y del ajuste que se aplican casi masivamente en el continente en los últimos años. Y que ha reducido al mínimo los programas de salud, privatizando una parte importante de la atención médica
Cuba es una de las excepciones. A pesar de la crisis, multiplicó la solidaridad con sus brigadas médicas en más de 40 países y manejó la pandemia con gran capacidad, explica Beat Schmid, al hacer un rápido recorrido del panorama continental.
Uruguay, aun en la transición gubernamental producto de las elecciones del 28 de noviembre del 2019, pudo controlar y reducir al mínimo, ejemplarmente, el impacto de COVID-19.
Nicaragua, aplicó medidas sanitarias preventivas útiles que parecen haber dado resultado. Relativizó el modelo de confinamiento implementado en otros países, sabiendo que más de la mitad de su población – como pasa en general en toda la región - hace parte de la economía informal y depende de un ingreso diario para sobrevivir. Se diferenció así de Guatemala, El Salvador y Honduras, quienes aplicaron cuarentenas severas durante semanas y que vieron colapsar sus sistemas sanitarios. En Nicaragua, los hospitales dieron respuesta y la población no sufrió tanto la pérdida de ingresos debido a un confinamiento estricto.
México y Argentina, aun con un fuerte impacto del COVID-19, aseguraron una política transparente de comunicación diaria sobre el impacto y las cifras de infectados y decesos, a pesar de la dificultad común, en todo el continente – y en el mundo-, de rastrear con exactitud los casos. “De Brasil prefiero ni hablar por el dolor que produce. Con su política de laisser-faire, definida por el gobierno, y que ha causado más de 137 mil decesos y 455 mil infectados hasta la tercera semana de septiembre”, puntualiza.
La gran pregunta se refiere al futuro, anticipa. Es decir: ¿cuál será el impacto de la pandemia en las economías, de por sí debilitadas, de la mayor parte del continente? Diversas previsiones, incluso de organismos internacionales y de las Naciones Unidas, “anticipan una caída significativa de la producción en casi un 10% en 2020, un retroceso a las cifras económicas de una década antes, el aumento galopante del desempleo, y, -a diferencia de Europa, donde se han movilizado fondos significativos para apoyar a los países más golpeados-, la falta de colchones sociales. Millones de personas caerán en la pobreza y aun en situación de miseria”, enfatiza el coordinador de AMCA en Centroamérica.
Interpelar la cooperación
Ante estas alarmantes señales, anticipa Beat Schmid, el principal impacto económico de la pandemia lo van a pagar, especialmente, los sectores pobres en los países en desarrollo, y en particular, las naciones latinoamericanas muy golpeadas sanitariamente.
En ese contexto, agrega, se va a profundizar la brecha entre el Norte y el Sur, entre Suiza (Europa) y América Latina. Viviendo la realidad diaria latinoamericana no se logra comprender como no se ha propuesto aquí una redefinición futura de la cooperación al desarrollo, interroga Schmid. “¿Qué hubiese costado incluir, por ejemplo, en todos los paquetes de emergencia votados en los países europeos una cláusula destinando un 0.7% de esos montos para el Sur?. Considerando tal medida no solo como un gesto de solidaridad sino también como una forma concreta de cumplir con los Objetivos de Desarrollo del Milenio definidos por las Naciones Unidas”, concluye.
La crisis global
Los países ricos no pueden pensar que, con muros en el Río Bravo o controles navales en el Mediterráneo, van a “poder controlar las migraciones futuras”. Si bien la situación en el Sur era ya muy compleja antes de la pandemia, ahora se va a agravar mucho más.
“Y el reflejo lógico de las poblaciones latinoamericanas, africanas etc. Será de buscar alternativas allí donde piensan que existen”, explica Beat Schmid.
Estamos transitando, agrega, una nueva era. Los impactos económicos que recién se empiezan a visualizar van a ser dramáticos. Millones de nuevos pobres. Hambruna creciente en muchas regiones. De ahí la importancia que el Norte redefina al alza los montos para la cooperación. La pandemia, la crisis social y climática mundial, son globales. Y no van a valer ni fronteras ni controles migratorios. Esta reflexión, concluye, debe también ser encarnada en el movimiento de solidaridad suizo, europeo, del Norte en general. “Es un momento de redefiniciones. No podemos quedarnos en una solidaridad nostálgica. Sino adaptarla a la nueva realidad planetaria que ya golpea a la puerta y que nos exige nuevas formas de acción”, concluye.