Agencia La Oreja Que Piensa. 2014. Por Fidel López (*)
Aún desfilan fantasmas, ya sin rangos, sin escalafones, ni investiduras; degradados. Sus rostros hieráticos, perduran azotándonos en la cara con un recuerdo lacerante que enciende nuestra memoria. Entonces aparecen las abuelas, las madres, los hijos reclamando Juicio y Castigo, girando en silencio alrededor de una plaza, todavía, colmada de ausencias, dado que, enmascaradamente, aún persiste una actitud indiferente sino cómplice.
La misma complicidad que puede advertirse al rastrear en los orígenes de nuestra historia, sobre la incapacidad de construir consensos. Con enemigos, sin adversarios, con vencedores y vencidos y con una cultura política sin alteridad.
A partir de esto, es posible pensar que el proceso militar de 1976 fue concebido como un período de transición. Los militares no se instalaron en la Casa de Gobierno de una vez y para siempre.
La verdadera historia se remonta a más de un cuarto de siglo atrás cuándo el peronismo fue desalojado del poder. Sus enemigos se vieron entonces en la necesidad de desactivar aquella bomba de tiempo: una fuerza que aglutinaba la clase obrera: “el hecho maldito”.
Ensayaron todos los métodos, desde elecciones con proscripciones hasta la dictadura militar y, en 1973, el gesto resignado de llamar al propio Perón, con la esperanza de que él quisiera y pudiera hacer el trabajo que ellos no sabían cómo hacer: evitar que el peronismo cayera bajo un liderazgo revolucionario.
Muerto Perón en 1974, lo que preocupaba era establecer quién se quedaría con su movimiento. Visto en retrospectiva, ésta época puede considerarse el prólogo del régimen militar, un prólogo en el que no faltaron persecuciones ni desapariciones.
Cabe pensar que la política económica seguida a partir de 1976, auque justificada en sus propios términos, fue parte de un plan político. Debilitar al peronismo exigía debilitar antes a la clase obrera y para eso era imprescindible transferir recursos del sector industrial a los sectores comercial y financiero. Eso fue lo que hicieron los tecnócratas encargados del Ministerio de Economía del régimen militar.
La misma clase de tecnócratas que todavía hoy se manifiestan autoritariamente bajo solapados uniformes, a quienes, inconscientemente aceptamos como custodios de nuestra seguridad.
Inmersos en la pasión que nos suscita ésta problemática, nos parece oportuno señalar que el fantasma de la Doctrina de la Seguridad Nacional aún nos embarga, manifestándose subrepticiamente en casos puntuales de desapariciones, secuestros extorsivos, torturas, estupros, fraudes y todo tipo de violaciones de los derechos civiles, sociales, económicos y culturales que hacen a la dignidad de la persona humana.
A partir de fortalecer la idea de “dignidad del ser humano”, creemos imprescindible profundizar cualquier iniciativa que contribuya al aprendizaje de los derechos humanos y en particular desde la infancia. Entendiendo que ese fortalecimiento determina esencialmente los atributos de una sociedad libre, equitativa, justa y tolerante.
A ésta pasarela interminable de fantasmas, le oponemos el ejercicio de la memoria, apelando decididamente al pueblo, sujeto de la historia. Dado que es ese mismo pueblo, el que recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Se trata, pues, de buscar esas botellas y refrescar esa memoria.
En esta vorágine del suceder, donde el olvido le hace zancadillas a la memoria, los combates que más importan nunca salen a la luz del mundo, ya que permanecen en el subsuelo de la historia.
A pesar de la autoamnistía, punto final, obediencia debida e indulto, no abjuramos de nuestra voluntad de persistir en el recuerdo; porque aún el mundo se mueve.
(*) Profesor de historia y periodista.