Pavel Égüez. Óleos sobre cartón, 56 x 38 cm. 2020.
Agencia La Oreja Que Piensa. Por Luisa Marques dos Santos (*)
La pandemia del COVID-19 nos hace tomar consciencia de muchas cosas en particular del modelo destructor de nuestra civilización, tan solo viendo de repente pescados en la laguna de Venecia o la capa de ozono que vuelve sobre la Antártida.
Pero quisiera decir algunas palabras sobre otra evidencia: más nos confinamos en nuestros departamentos, más flagrante es la presencia de la sociedad.
El espacio privado de nuestras habitaciones es invadida de la totalidad del mundo. Es como si este acontecimiento inédito hiciera fundir una capa de hielo que recubriera nuestras vidas e hiciera surgir un cuerpo desnudo, vulnerable y relacionado inexorablemente a los demás. Una pandemia, como su nombre lo indica, toca a todo el mundo, porque todo el mundo está sometido a la mortalidad
"Cada hombre lleva la forma entera de la humana condición." decía Montaigne. Es sobre el fondo de esta condición común que los hombres se dieron organizaciones sociales y políticas para alejar un poco el riesgo de morir.
El papel del Estado, de la Política, entonces debería ser el de velar por la protección de todos frente a la muerte. Se puede distinguir dos grandes funciones del Estado: la función regaliana que restablece el orden reprimiendo el crimen, y me protege entonces contra la muerte que me podría infringir otro ciudadano; la función de cuidado (“care” en inglès) que se llama a veces Estado Providencia, y que me protege contra la muerte provocada por la enfermedad, el hambre, el frío, la falta de instrucción.
Esta última función puede ser a cargo del Estado y corresponde entonces a los servicios públicos, o también puede ser dejada en manos de los intereses privados, lo que ha sido la tendencia política de la mayor parte de los países europeos desde hace muchos años.
El problema es que librados a ellos mismos, los intereses particulares jamás apuntan a un bien común. Sin embargo esta pandemia revela que si no se apunta a un bien común, también los intereses particulares sufren.
Es imposible por nuestra "humana condición" vivir sin relación con los demás en otro planeta. Mismo los ricos mueren de un virus que no mira la marca de la ropa puesta por aquel que lo encuba.
Es ahora pues que no rendimos cuenta que no hay nada más útil ni más político que cuidarse los unos a los otros. Sin embargo los oficios de la salud y del cuidado, poniendo aparte a los médicos, son los más desfavorecidos socialmente (y feminizados) porque el cuidado no produce dividendos.
Hacer del cuidado un valor, es reconocer nuestra común vulnerabilidad ,pero también cambiar el modelo del éxito social. Una vida exitosa ya no es más aquella del que puede comprar un reloj Rolex a los 50 años (como lo había dicho el presidente francés Sarkozy), sino aquella de los que cuidan a los demás. Acaso ahora eso no es una evidencia?
Si se hace del cuidar y atender una prioridad social y un bien común, eso supone que toda vida debe ser protegida, que no hay algunas vidas más deseadas que otras. Es así que se manifiesta la Universalidad del valor de la Vida Humana. Sin embargo, esta pandemia ha conducido a veces a situaciones atroces donde el personal hospitalario ha debido elegir qué vida salvar por falta de medios suficientes.
Igualmente en nuestras ciudades abandonadas qué les está sucediendo a los SDF (sin domicilio fijo) o a los emigrantes que no tienen techo?
La multitud se ha retirado de la ciudad como el mar en marea baja revelando a todas esas vidas cuya desaparición no interesa socialmente. Esta pandemia revela entonces algo que era a veces invisible en tiempos normales: nuestras sociedades no acurdan el mismo valor a todas las vidas humanas.
"Necesitamos ser dignos de duelo antes de desaparecer, y antes mismo de que se presente ante nosotros la eventualidad de ser descuidados o abandonados. Yo debo ser capaz de vivir mi vida sabiendo que la pérdida de esta vida que yo soy será el objeto de un duelo y que, en consecuencia, se tomará todas las medidas que se imponen para evitarme esa pérdida"
Esa frase de la filósofa americana Judith Butler en "Qué es una buena vida"? resuena con fuerza en este periodo y nos alienta a hacernos la pregunta esencial de la filosofía y de la política a la vez : Qué vida queremos vivir ? Es decir: en qué sociedad queremos vivirla?
(*) Luisa Marques dos Santos es Profesora de filosofía. Forma parte del colectivo “Los filósofos Públicos” que abren el debate filosófico en lugares públicos en la cárcel en la Ciudad de Marsella. Francia.
Traduce Leonor Harispe.