Agencia La Oreja Que Piensa. 2014. Por Stella Maris Torres Berdún.
Los argentinos tenemos varios (por no decir muchos). No quiero ser injusta porque es evidente que, dolorosas experiencias mediante, hemos aprendido. Lo más costoso, creo, es aprehender la experiencia del aprendizaje para transformarla en crecimiento real.
El último tramo del siglo veinte nos resultó enormemente caro. Invertimos sangre, vida y sueños hasta tomar conciencia sobre el carácter frágil de los ídolos de barro.
Aprendimos que no es posible construir caminos democráticos en terrenos ocupados por ningún siniestro circo militar.
Que tampoco se construye nada cambiando la cultura del trabajo por la de la especulación. Comprendimos (quizá no tan tarde) que maltratamos a la juventud que nos quedaba presionándola para que sea “triunfadora” a toda costa y “honrada” si se podía; exitosa a cualquier precio y buena persona si le sobraba tiempo.
Un día despertamos y...¡Caramba! Nos encontramos con una generación que “carece de valores”.
Es preciso recordar entonces que los valores no son una carga genética sino que tienen que ver con la conducta que aprendemos y la conducta que enseñamos.
Lo más valioso de este balance es haber comprobado que la cultura del triunfalismo encierra, en sí misma, una “exitosísima” desesperación.
Aprendimos que –pese a los agoreros vaticinios de los filósofos mediáticos (que la posmodernidad y el plan expansivo de ciertas universidades creyeron oportuno financiar) el trabajo es el mejor y más sano capital que el ser humano puede aportar a esta sociedad. (Perdón Bátimo, no hay animosidad).
Si los argentinos hemos sido capaces de aprender lo dicho y, además, comprobamos que especulación, miedo, silencio e indiferencia son armas que damos al poder globalizado para nuestra propia destrucción.; entonces -vecinos, ciudadanos, pueblo todo de nuestros municipios del conurbano- sigamos adelante en el cumplimiento de nuestros temas pendientes.
Hagámonos respetar en todos y cada uno de nuestros derechos. Como sociedad uno de esos derechos que es prioritario, urgente, insoslayable para continuar adelante; el derecho a ser representados en cargos públicos por personas honestas y capaces.
Desde aquí veo que no es imposible porque la esperanza crece con el conocimiento de la propia fuerza. Si la corrupción es el veneno más letal para la sociedad; la decisión del pueblo de luchar contra todas sus formas es el antídoto más eficaz.