Agencia La Oreja Que Piensa. Nov. 2012 Por Adolfo Pérez Esquivel (*)
Las pequeñas y grandes historias deben ser contadas. Claro que hay diferencias y objetivos y cada una debe interpretar la realidad que vive. Muchas veces el tiempo pone distancia y nos da la capacidad de recrear la realidad del pasado y presente.
Gran parte de la historia la escriben los dominadores y hay historias no contadas pero vividas por personas y pueblos y todas son importantes, incluso las más pequeñas.
Esta es una “picolina” historia doméstica de varios años atrás cuando fuimos a vivir a Azul, provincia de Buenos Aires, donde como docentes encontramos trabajo en escuelas. Fue en el año 1965.
Alquilamos una casa “chorizo” de dos piezas corridas y una cocina a leña y un pequeño baño afuera, en la galería. Era casi una tapera pero era lo que podíamos pagar así que tuve que trabajar de albañil, pintor, electricista, plomero.
Parecía una empresa en una sola persona. No había dinero pero sí mucho ingenio.
Lo hermoso era el terreno amplio, con una higuera y lugar para cultivar la huerta y tener algunas gallinas. Cuidábamos mucho lo poco que ganábamos e inventamos una sopa de crema de arvejas, económica, que llamamos “Sopa Aurora”.
La casa estaba en la calle 1º de Mayo, a media cuadra del Arroyo Azul. En la otra orilla quedaban algunos pobladores en lo que fuera la toldería de los Catriel.
Por la mañana temprano veíamos pasar a un “curita con su sotana, poncho y boina” camino a la toldería. Era el Padre Miguel Hesayne, después consagrado Obispo de Viedma, en Río Negro; un pastor que desde el Evangelio anunciaba la vida y la esperanza en su lucha por la dignidad del pueblo.
Plantábamos rabanitos, acelga, remolacha, lechuga. En fin, todo aquello que necesitábamos y un vecino nos regaló algunos pollitos y entre ellos a un patito amarillo hermoso que con su gracia y simpatía nos conquistó y adoptó: nos seguía a todos lados.
Decidimos ponerle por nombre Godofredo, pero teníamos dudas si era pato o pata. El problema quedó resuelto: si al crecer descubríamos que era hembra, había que cambiar la letra “o” por la “a”. Las cosas son simples, no hay que complicarse.
Contentos con Godofredo que creció rápidamente y picoteaba la puerta a las 5 de la mañana para entrar a la cocina, más de una vez pensé: ¿que sabor tendría el pato a la naranja? Un gran interrogante metafísico para en ese entonces vegetariano.
Pero no, Godofredo era todo simpatía y dominaba el gallinero. Nadie se atrevía a enfrentarlo por miedo a sus picotazos. Entraba como pato por su casa y cada dos pasos dejaba una cagada. Cuando era pequeño no había problema, pero de grande nos pasábamos limpiando con el lampazo los regalitos de Godofredo.
Así estaba la situación hasta que apareció Pepe, el gato negro, atorrante y callejero que iba de techo en techo y paredón en paredón, arrullando gatas y buscando qué comer.
Comenzó a hacer la ronda en la casa y hacerse el gracioso para que le demos de comer y lo logró: le poníamos un platito con leche, después unos pedazos de carne y se fue aquerenciando en la casa.
Pero su enemigo mortal era Godofredo que lo tenía a mal traer. Cada vez que aparecía, el pato lo corría. El territorio era suyo y no iba a permitir que el gato se lo disputara. En el gallinero el mandamás era Godo. El gallo lo miraba de reojo sin atreverse a enfrentarlo, mientras no le tocara sus gallinas.
Así Godofredo, feliz, entraba y salía de la casa y nos aturdía con sus graznidos. Esos días recordaba el dicho popular, “si un pato camina como pato, grazna como un pato y caga como un pato ¿qué digo que es? Evidentemente un pato.”
Un día tuvimos que viajar a Buenos Aires y no sabíamos con quien dejar a Godofredo. Pepe se las arreglaba solo, pero el pato no. Un vecino se ofreció a cuidarlo hasta nuestro regreso. Fue un alivio y se lo dejamos con todas las recomendaciones del caso. Cuando regresamos el vecino se había encariñado tanto con Godo que nos dio pena sacárselo y se lo regalamos. El pato había encontrado un nuevo hogar.
De mi parte pensé: menos mal que no tengo que limpiar más cagadas de Godo. Y bueno, no creo en las casualidades que justo ese día recibí en un cambio un billete de un peso, moneda nacional de curso legal, (que ya no existe y ya no sabemos que curso tiene si no es legal), con una inscripción que decía: “Adiós mango ingrato, te vas y me dejas pato”, justo para el momento tan dramático en la despedida de Godofredo, el pato inolvidable.
Pepe, el gato negro, festejó: ya no tendría que escuchar los interminables discursos de graznidos y picotazos de Godo. Era libre y dueño del territorio, podía almorzar o cenar un pollito por día. El gallo podía gritar a la madrugada pero nadie lo escuchaba y sus gallinas le demandaban tiempo completo y él no podía defraudar a sus chicas. Por lo tanto, Pepe no tenía competencia alguna.
Pepe al poder, Godo al destierro, así estaba la cosa.
La verdad es que no sé qué les deparó la vida a Godofredo y a Pepe. Espero que todo haya continuado bien. Les teníamos mucha simpatía, aunque ellos eran rivales y no podían verse, como algunos dirigentes políticos que se castigan mutuamente.
Pero todo cambia en el país de los desencuentros y esta pequeña historia nos trae como moraleja que lo que ocurre en el país no es casual. Todo tiene su razón de ser y no ser: si se entrega a empresas extranjeras los recursos energéticos y mineros y se reprime a los pueblos que reclaman sus derechos y penalizan las protestas sociales y se sanciona la ley antiterrorista. ¿Qué digo que es?
¿Si se persigue a los pueblos originarios, se les niega el diálogo y quitan las tierras y reprimen y no se respetan sus derechos, ¿qué digo que es?
Si un país con grandes riquezas, extensión y biodiversidad lo transforman en un país de monocultivos y aplican agro tóxicos que dañan la vida del pueblo y se expulsa a los campesinos de sus tierras, ¿qué digo que es?
Se habla de un proyecto nacional y popular, que muchos estamos de acuerdo en lograrlo, pero provincias y nación entregan el patrimonio del pueblo a la voracidad de los intereses económicos, ¿qué digo que es?
Si se continúa pagando una deuda externa inmoral e injusta donde el único resultado es “más pagamos, más debemos y menos tenemos” y como el gato Pepe termina comiéndose todos los pollitos, ¿qué digo que es?
Si aumenta el índice de niños desnutridos y la pobreza y se oculta la información y la solución de esa dolorosa situación, ¿qué digo que es?
Si el gobierno decide construir represas como la de Garabí y otras, destruyendo la biodiversidad y recursos de los pueblos y no son escuchados y los reprimen, ¿qué digo que es?
Les cuento un cuento de Eduardo Galeano. Espero recordarlo como se lo escuché en Piacenza, Italia.
Cuenta que entró en un restaurante y se sentó en una mesa cerca de la cocina y esperó que la camarera se acercara para tomar su pedido. Cuando escuchó al cocinero que había convocado a todos los animalitos en la cocina y les dijo: “los he reunido aquí porque quiero hacerles una pregunta”. Los animalitos sorprendidos se miraron entre si, era la primera vez que los convocaba el cocinero ¿Con que salsa quieren ser cocinados? Lo único que te dejan elegir es la salsa.
Si un pato camina como pato, grazna como un pato y caga como un pato, ¿qué digo que es? Una maravilla.
(*) Premio Nobel de La Paz 1980.