Agencia La Oreja Que Piensa. Por Darío Villegas. (*)
Porque vi los ojos de ella con el horizonte rajado,
En un charco de despertares viejos.
Y veo mis ojos de recién mañana,
Hasta los tuyos veo.
Arrinconados en la mansalva cotidiano.
Porque un manojo de pájaros negros, guachos, sin color
Se arrepentían entre sus cabellos.
Bajando a mezclarse en ese submundo de su voz apenas.
Transigiendo con la miseria de esas mordazas bosaldosas,
Aceptando prebendas para cernirse en la perpetuidad del silencio.
Algo sucede para que todo pase después, recién,
Como amasado pan de manos que no conocen el azar,
Pero esculpen una vida azarosa, tramposa,
Engañera hasta la opacidad de esta rutina intransigente.
Grito matutino,
Filo de navaja separando ya y nunca.
Su gemido,
Acostumbrado de acostumbrarse.
Este día un diluvio universal,
Gargajea en la crepitud de un cuerpo
Descalzo en los avatares del alma enferma.
Esto no figura, no se dice en los reportes,
loLo plasma una mirada tan figurativa como el no ver.
El rumor pasajero se multiplica,
Se calca en los muros de silencios añejos,
Aguardentosos, impropios.
Hasta regarse en las entrañas resecas de quienes corren en círculos, al pedo,
Los que conocen la mugre crujiente del pisadero,
sus bozales,
La cincha apretada,
Cada vez un poco mas.
De quienes dicen para no decir nada.
Los supuestos universalizando la mentira,
Aseverando con sus patinas gomosas,
Sus mocos de empantanar la vida,
Diciendo algo de la nada que omiten,
Lo que sea para detener un mundo efímero, mediático.
Un segundo en su reloj de arena ensuciada.
Resonar de aire en las alas de un ángel sin sentido,
Sin cielos oníricos.
Un gorgojeo mitológico se arremolina entre sus plumas
Cansadas del derrotero evanescente.
La ciudad del destierro permanente,
Ese útero pétreo,
Expulsor.
El carraspeo metálico, ortopédico,
De los que juran desnudos ante la desnudez
En la sed, y la muerte.
El sexo seco porque la vida pasa,
Indiferente, harta de obviedades,
Crujiente entre las esquinas mínimas de un invierno,
Tras otro verano nunca.
El milagro de las edades retoñando en zaguanes plenilunares,
Enjugándose las primaveras jamás,
Atendiendo eventualidades
En destinos que nunca entiendo que significan y resignifican.
Parques sitiados en confines del pasado,
Arguyendo idealidades para sentirse algo bien,
Tan solo un poco.
Diez y quince de una garúa negra, esquizoide.
La eternidad bastardeada en la circularidad de los relojes,
La única libertad que no padece, nombres ni límites.
Ese infinito donde amontono todo lo que no se nombrar.
Ese cosmos intangible guareciéndose de lo torrencial de esa oscuridad
En las ventanas de un mundo apenas tras los vidrios,
Sin lujuria en los labios santificando el beso,
El roce y la piel bajo la piel.
Espejos que dicen todo lo que callan.
La resurrección del pasado regurgitando secas vírgenes
De mares y océanos imperecederos.
Hasta la agonía del veneno porque si,
Para nunca.
Rancios olores llenando el vació sepulcral de este continente.
Al que se le sangran los brazos de romperse en vano.
Dios dirá,
Y una daga de cielo ciudadano se escarba las tripas
En los burdeles de un amanecer,
Quejumbroso, amnabandose las ganas
Alardeando sobre su majestuosidad interminable.
La multitud de quienes no quieren ver y miran todo el tiempo.
Un cielo se desbanda sobre ellos, sobre mí.
La calle aun se acaricia entre una penumbra
Descorriendo cortinados pegoteados de ciudad ausente.
Donde todo sucede porque si,
De repente,
Bajo los códices de una marginalidad,
Flagrantemente latente.
Diablos pobres y pobres diablos,
Féretros envueltos en banderas de posguerras al cuete,
Formamos un círculo.
La señora del 1º A, con su nocturnidad asiéndole la vida,
El abogado del último piso, fumando apurado su muerte agónica,
Rubias y morochas, jóvenes pulposas a medio vestir,
Andrajosos callejeros con sus bocas pastosas hace mucho,
Agentes penitentes del orden y la vacuidad furtiva,
Un sereno de al lado y otro de mas allá.
Mirando pájaros sin nombre escapando hacia latitudes inciertas,
Orígenes donde nada tiene precio,
Donde el campo jamás se detiene,
corre presuroso hacia el poniente de encías rojizas,
luego al borde del tiempo donde cada mar se arrodilla
Ante el océano siempre.
Para tornar a cantar,
Ríos de luz apacentando la sed en cuencos de tierras virginales.
Regresan de pronto y tocan su cuerpo de pan recién mojado
Por la precariedad del desconsuelo,
Lo electrizan.
El grito mecánico ulula,
Avisa que alguien ha escapado,
Para que la esperanza renazca y tenga sentido.
Dice que una voz en llama,
Venció al tiempo,
Detuvo los relojes ensuciando la vida.
(*) Escritor, músico, Poeta.