Agencia La Oreja Que Piensa. Por Guadalupe Podestá Cordero
Se despliega por el mundo como bandadas de aves carroñeras, come recursos
naturales, gente, esperanzas, sueños, ilusiones.
Avanza sin pena alguna por los humanos que va arrojando a su paso, como quien con desdén arroja semillas de una fruta.
El capitalismo destructor de vidas y constructor de poderes ilusorios se despliega por el mundo cubriéndolo con su indolente sombra, robando para mucho los sueños e ilusiones de, simplemente, vivir.
Son miles los migrantes que, sumidos en la desesperación y el espanto, huyen de unas vidas poco más que horrendas buscando un horizonte posible, no para hacerse millonarios, como soñaban los europeos mientras se llevaban el oro y la plata, los minerales y el petróleo, sino simplemente para vivir y que vivan sus hijos.
Viajan para trabajar, comer, estudiar. Viajan anhelando lo que les robaron los grandes grupos económicos y antes que ellos las coronas blancas del mundo “civilizado” que invadió tierras con mano incivil.
Los migrantes no van sólo a Europa, en nuestro continente muchos buscan cruzar a Estados Unidos, ellos piensan que es por aquel cuentito del “sueño americano” pero no.
Buscan cruzar para tener trabajo y casa, que sería como recuperar un poquito de lo que ese país robó mediante la invasión de sus empresas que avanzaron sembrando hambre y miseria, porque cuanto más hubiese más barata sería la mano de obra para sus empresas y sus guerras.
Migrar es morir un poco, aunque se llegue con vida, porque irse implica dejar atrás la tierra que se ama, los colores y calores, las costumbres y los aromas.
Aunque el horror sea el que expulsa, nunca hablé con un migrante que no me cuente con dolor la partida, y no sólo por los que se quedan, sino por dejar atrás esa tierra útero, que las causas del espanto le roban.
La mirada racista sobre los migrantes habla de gente que piensa que el que se va lo hace por gusto, incluso por el placer de invadir la tierra de destino, piensa el racista que el migrante sabe menos que él, que hay que formarlo a las maneras del país al que se llega, que vienen con costumbres inferiores, así su cultura de origen tenga diez mil años de desarrollo.
Pasa que el racista, en su pequeña cabeza piensa que el migrante viene por sus cosas, como en el estúpido mito de los países pequeñísimos que atentan contra el “estilo de vida norteamericano”, como si su miserable y corta existencia interesara en algo a aquellos que viajan buscando un espacio para vivir y trabajar.
El racista clama que se “intervenga en esos países que se matan entre ellos” piden con un cinismo sin igual que “se lleve la democracia y la libertad” a esos sitios a los que sus empresas llevaron hambre, dolor y muerte.
Si, las sombras y las aves carroñeras a las que alimentó el capital se despliegan para que los señoritos oligárquicos del mundo puedan descansar sin las molestias de los pobres, a los que se asina en centros de detención o bien se los deja librados al hambre y la injusticia en diversos lugares del mundo.
Deberemos plantearnos, como humanos, cambiar la óptica, comprender que vivimos en un solo mundo y que las fronteras las han dibujado las coronas y las elites, para tener una quintita propia para sustentar sus pequeños gastillos.
Pero que vivimos en un solo mundo donde nadie tiene derecho a negar el ingreso si ha sido parte de la ruina de otros pueblos.
Los humanos nacemos con el derecho a una vida digna, a un nombre, a trazarnos un destino, pero para el capital los únicos con derecho son los deseables, esos de la corona, esos niños ricos que juegan con las empresas de papá, sin recordar que afectan a personas.
Para el capital el mundo son ellos, los banqueros, los que juegan con vidas y bienes, los fundidores de países, los hambreadores de pueblos. Esos, las aves carroñeras que cada tanto nos esconden el sol.