Agencia La Oreja Que Piensa. Nov 2013. Por Héctor Sosa (*)
“El prado ante el que nos hemos detenido parece tener
las mismas proporciones que nuestra vida”.
“
John Berger
Mario se reía, casi siempre. Su ironía era la forma de mostrar enojos. Era bien punzante al preguntar, al dudar de algo.
Tenía una enorme capacidad de absorber conocimiento. El andar “la calle” lo traía de fábrica: para su tarea profesional, para La Vida.
Menemato. Silencios de las corporaciones mediáticas y de los medios que no eran corporaciones. Y de personas que decían ser periodistas y ninguneaban la información.
De jueces, fiscales y políticos que hacían “jueguito” con la causa: la durmieron. Que era una manera de matarla.
Mucho silencio ante el primer asesinato de un trabajador de prensa, tras la dictadura militar.
Mario, no es (ni será) el único caso de impunidad en este mundo. Allí andan en México o Guatemala, cayendo los periodistas asesinados como moscas, sin saber nunca quien los mató.
Mario reía y sonreía, en cada uno de sus laburos y en su compromiso de saber que sólo un hombre organizado puede enfrentar a un sistema injusto y letal: el capitalista.
“No creo en el periodismo independiente y neutro, creo en el trabajador que lucha por su salario, sus condiciones de vida y su capacitación”, decía Mario.
Cuando se arrebataban las calles para gritar lo que se callaba, cuando muy poquitos se pronunciaban contra las privatizaciones y contra los atentados a periodistas y los crímenes no esclarecidos, cuando la UTPBA en su campaña contra la impunidad gritaba “La Peor Opinión es el Silencio” (1992/1993), Mario escribía los comunicados de la entidad, los distribuía redacción por redacción y cargaba con cierta rabia por los miedos que se percibían. La primavera estaba instalada, los aprietes a periodistas también.
Organizó, comunicó, no cayó, preparó una de las movilizaciones más fuertes en pleno apogeo del gobierno neoliberal menemista.
Los trabajadores de prensa y miles de personas frente a la Casa de Gobierno, pidiendo por los compañeros agredidos, amenazados.
Marío allí, sentadito en la puerta de Balcarce 50, con una vieja máquina de escribir y a putear verdades.
Sabía que era una parada grande: a la mafia no le gusta que la molesten.
Meses después: lo desaparecieron, lo asesinaron, lo tiraron al Riachuelo.
Meses después: uno a uno los dirigentes de la UTPBA son amenazados. Sus familiares también.
Meses después: ingresan a la UTPBA, muelen a golpes al compañero que cuidaba las instalaciones y destruyen el mobiliario de los trabajadores de prensa.
Hoy. En este mundo. De plena crísis política/económica global, de “indignados”, tomando plazas, calles y lugares públicos en la Europa. La Europa que bombardea y mata a otros humanos.
Hoy, que se ponen en debate el sentido de la profesión, los medios como señaladores de agendas, la concepción de qué es ser comunicador, colaborador o simplemente un ser humano comprometido con una vida digna, los silencios cómplices continúan hoy......y mañana.
Y Mario sigue sonriendo, luchando, organizando en cada compañero que sabe que la pelea por un mundo mejor empezó hace mucho y que la impunidad no será eterna.
(*) Periodista. Compañero y amigo de Mario Bonino.