Agencia La Oreja Que Piensa. 2014. Por Juan Chaneton
De él cabe decir que nació en Colombia un 6 de marzo de 1927 y que murió en todo el mundo un 17 de abril de 2014. Murió en todas partes y con él ocurre lo que ocurre con aquellos mitos que acompañaron nuestro joven trashumar por el amor, por la literatura y por la política: hemos muerto un poco con él y una parte nuestra se ha ido ya para siempre.
A su luz, vivimos nuestros mejores años aunque nuestros mejores años, si bien se mira, son aquellos en que no bajamos los brazos, de modo que nuestros mejores años pueden, muy bien, ser estos mismos que están transcurriendo ahora.
Encarnó, con su letra, un histórico espíritu de rebeldía; y ni rebeldía ni espíritu se han esfumado ni han descendido a catacumbas inaccesibles. Sólo han mutado sus formas y su norte sigue siendo la esperanza aunque vivamos en un tiempo en que ya nadie canta y ya nadie se muere de amor, así escribió una vez Gabo no sé, en este instante, ni remotamente, dónde escribió eso, tal vez haya sido en aquellos doce cuentos peregrinos.
Y los recuerdos acuden en tropel, en revoltijo informe y huérfano de orden y renuente a académicas taxonomías. Los gitanos volvieron, una vez, a Macondo, pero sin Melquíades, lo cual extrañó a todos, que preguntaron, casi a una, por el taumaturgo, para recibir una respuesta que no esperaban: había muerto y no de enfermedad sino por haber sobrepasado los límites del conocimiento humano. Las veinte casas de barro y cañabrava dormían su siesta eterna junto a un río de aguas cristalinas en cuyo lecho dejaban ver unas piedras blancas y enormes como huevos prehistóricos, o algo así decía aquel introito hacia la magia en la que ya estábamos metidos hasta el cuello pero no nos dábamos cuenta. Y eso que también supo caminar por algún lugar de aquellos un personaje un poco rabelesiano que era capaz de poner fin a una discusión encarnizada con un monosílabo lapidario y claro, tampoco sé de dónde salió eso, sólo sé que no sé de dónde pero sí sé que salió de la pluma de Gabo, de algún párrafo de ese inmenso y único libro que nos ha dejado para su inmortalidad.
Dicen por ahí las malas lenguas que Cobo Borda lo criticó por que había abandonado la literatura en beneficio de la política. Raro. Es raro porque Cobo Borda ha sido un tipo inteligente, de modo que cuesta creer que no haya advertido que Dante siguió militando en el partido gibelino después de labrar la última letra de su Comedia. Y que Shakespeare abandonó la literatura luego de decir todo lo que tenía para decir y con el fin de dedicarse al comercio, poco más o menos.
En fin. Es lo anecdótico. Queda la magia. Ahora viene la inmortalidad, una vez que pase la tristeza honda del momento y la congoja que nos causa habernos quedado un poco más solos.
Literatura, periodismo, política, compromiso. Palabras claves para entender el relato de una vida. Colombia, Cuba, Argentina, Latinoamérica. También hitos entrañables, en su vida. De su país natal denunció el contubernio genocida entre liberales y conservadores. Con Cuba nadó contra la corriente sin negarle jamás su solidaridad principista y arrostrando el peligro de que algún tiburón desgarrara su carne y se cebara en su sangre. En Argentina, se abrieron para él las puertas por donde hizo su entrada Cien años de soledad, ya rechazada en otras puertas que encontró cerradas. Eras las épocas de la carencia en la que sólo lo acompañaba Mercedes, su media naranja de la vida, valga hoy la frutal cursilería. Y de la patria latinoamericana fue ciudadano, como lo supieron los circunspectos circunstantes que escucharon su discurso de aceptación del Nobel en aquel año sueco de 1982.
Allí dijo: “América Latina no tiene ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental…”.