Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina. (Por Julio Azzimonti)
Poseer la lengua y la palabra es tener la llave maestra de la cultura. Y en este punto, debemos profundizar la visión y hacer una diferenciación que es sustancial entre “cultura popular” y “cultura populista”.
Este es uno de los núcleos sustanciales del problema de la cultura actual y la acción del poder sobre y dentro de ella. La construcción de un país, es la construcción de su cultura. Y la destrucción de este, es la destrucción o apropiación y vaciado de la conciencia de esa cultura.
Consideramos que la cultura populista es y genera dependencia, en tanto que la cultura popular es y genera independencia y libertad creadora.
Una persona o grupo elabora algo y otros lo reciben, lo consideran, lo valoran: esto es una acción, un acto. Todo lo que se elabora, abstracto o concreto, siempre está dirigido a alguien, a otros que lo reciben, que lo interpretan a través de sus ideas, de sus valores, de sus vivencias, pero siempre “algo sucede”. Puede incorporarlo a su conocimiento o puede rechazarlo, puede usarlo o puede descartarlo, pero siempre algo sucede. Nadie hace algo que en algún momento o en algún lugar no afecte a otros y a uno mismo.
A la cultura la constituyen actos, acciones que se dirigen, voluntarias o involuntarias, a otros que son espectadores. Estos participan en forma activa o pasiva del acto. Es la característica fundamental del acto o acción cultural. El receptor (el público, el espectador) puede ser activo o pasivo, sujeto u objeto de la cultura.
Cuando en una comunidad las personas se comportan como sujetos activos, capaces de recibir, transformar, resignificar, reasignar, creando así otro acto cultural más amplio, estamos ante una cultura genuina y popular. Pero cuando las personas se comportan como seres pasivos, solamente receptoras, como recipientes vacíos que se los llena, incapaces de recibir y transformar, estamos antes personas o comunidades de características populistas.
La cultura de los pueblos debe ser un proceso activo, vivencial, manifestado por unos y revivido por otros, una conciencia que entrega sus contenidos cargados de valores estéticos y éticos a otras conciencias que en libertad los reciben, los incorporan reelaborándolos, o los rechazan.
La cultura popular es creadora y recreadora, valora sus tradiciones y sus vanguardias. Participa en sus tensiones, toma partido, discute y critica.
La cultura populista recibe y repite en forma mecánica y allí se agota. No emerge del acto nada nuevo, nada modificante o conmovedor, sólo iconografías y golpes bajos emocionales, quedando pasiva y vacía, insatisfecha y necesitando con compulsión más consumo, sin solución de continuidad. Aquí las personas son incapaces del esfuerzo de, no ya de crear, sino de recrear o de actuar de manera crítica.
Lo que es asumido de esta manera, lleva a la irrupción de valores artificiales y extraños que desplazan o descolocan a los propios, los fragmentan descomponiendo su unidad de sentido, los mezcla en categorías y prioridades distintas, hasta producir su reemplazo, destruyendo las bases de la capacidad activa y creadora.
En la cultura populista, los seres, las comunidades son inertes espectadores de la cultura que le es dada, provista, introducida, a través del sistema de consumo que dicta el mercado.
En la cultura popular, las personas, los pueblos, son actores, protagonistas malos, regulares o buenos de su cultura y de la inserción de esta en el mundo, desarrollando una conciencia real de su propio ser, se sus potencias y sus debilidades y un sistema de valores acorde con sus necesidades, basado en el esfuerzo personal y comunitario, que les permite elegir con libertad lo que les conviene tomar o rechazar de otras culturas para hacer crecer a la propia.
La cultura popular elabora su propio alimento espiritual, potencia su lenguaje y hace uso pleno de la palabra que oxigena y amplifica su comunicación y su conocimiento. Crea sus propias imágenes, su imaginería, sus metáforas, reconociendo la vitalidad de los claroscuros y su formidable fuente de energía artística.
“Todo el universo visible, no es más que un formidable almacén de imágenes y de signos. La tarea del poeta, del artista, consiste en percibir analogías, correspondencias que adopten el aspecto literario de la metáfora”. (C. Baudelaire)
La conciencia de un pueblo es su cultura trabajado y trabajando en una lengua propia.
Una cultura crítica donde la tradición sacralice, pero no congele, donde se persiga la preservación de símbolos, íconos y valores estéticos y éticos que no clausuren, sino que permitan su histórica renovación, su refresco cultural. Una tradición de actitud crítica y vital, que sea capaz de asegurar y conservar la capacidad metaforizadora y utópica de su pueblo, sus visiones y su imaginería.
Miramos y comprendemos al mundo desde nuestras imágenes, desde nuestras metáforas, desde nuestra lengua que no ni más ni menos que el vientre de la cultura.
(*)Periodista, escultor, poeta.