Agencia La Oreja Que Piensa. Diciembre 2014. Por Stella Torres Berdún (*)
Cuando acepté hablar sobre la cultura en el conurbano en realidad visualicé una continuación sobre una nota de años atrás sobre nuestros temas pendientes porque tiene vigencia.
Los argentinos tenemos varios temas pendientes aún y el del lugar que ocupa la cultura no es de los menores.
El anterior disparador fue el analizar la inseguridad como consecuencia de actitudes determinadas de nuestra sociedad. Complejas experiencias mediante hemos aprendido algo. Por ejemplo que decir mi pueblo no es lo mismo que decir “la gente”, mal que le pese al marketing.
Señalaba esto agregando que lo más costoso es aprehender la experiencia del aprendizaje para transformarla en crecimiento real. El último tramo del siglo veinte costo demasiado... Invertimos sangre, vida y sueños hasta tomar conciencia sobre el carácter frágil de los ídolos de barro.
Aprendimos que no es posible construir caminos democráticos en terrenos ocupados por ningún siniestro circo militar. Que tampoco se construye nada cambiando la cultura del trabajo por la de la especulación.
Comprendimos que maltratamos a la juventud que nos quedaba presionándola para que sea “triunfadora” a toda costa y “honrada”… ¡Si se podía! Exitosa a cualquier precio; buena persona si le sobraba tiempo.
En este siglo XXI nos “despertamos” con una generación “sin valores” y nos tomó un tiempito recordar que los valores no tiene nada que ver con la genética y, si, mucho con la conducta que aprendemos y enseñamos.
La cultura del triunfalismo encierra, en sí misma, una “exitosísima” desesperación. Aprendimos que –pese a los agoreros vaticinios de los filósofos mediáticos que la posmodernidad y el plan expansivo que ciertas universidades creyeron oportuno financiar- el trabajo es el mejor y más sano capital que el ser humano puede aportar a esta sociedad.
Si hemos sido capaces de aprender y, comprobar que especulación, miedo, e indiferencia son armas que hemos dado al poder globalizado para nuestra propia destrucción…
Hoy también podemos concluir que la única manera efectiva de defendernos es dándole el lugar que corresponde a una cultura autentica sin comernos el sapito de un “facilismo” hijo de otros intereses.
Hay muchas definiciones de cultura, pero –recordemos- las más reales son las que la muestran como un hacer permanente que nos tiene como protagonistas activos. Muchas universidades, ante el augurio de una debacle económica en vez de recurrir al ingenio tomaron la tangente del gatopardismo. Esto es anunciaron con bombos y platillos que “salían a la calle a encontrarse con la gente…” etc, etc… cuando lo que hacían era dejar de invertir y endilgarle a la comunidad la responsabilidad de generar actividades.
El entusiasmo y la ingenuidad no colaboraron para advertir la trama real subyacente.
Es que la palabra “universidad”, lo sabe perfectamente el poder, genera un considerable ruido y el atractivo hipnótico de lo que, por generaciones, estuvo vedado a las clases de menor poder económico.
La “trampa” funciona perfectamente. Elegimos creer que “ir a la universidad” o dar clase en ella nos pondría en un determinado nivel de conocimiento… No ocurre en todos lados pero ocurre.
Elegimos ignorar que los noventa no solo nos costó vidas, economía y desempleo; nos costó el vaciamiento sistematizado y grosero del contenido en la educación.
La última avanzada es sobre la Psicología Social para intentar sustraerle su rol de herramienta del pueblo y remitirla a “herramienta” del mejor postor. Es aquí donde comienza a tallar la Cultura legítima –la que surge del hacer del que hablábamos.
Mientras surgen por doquier universidades inventadas; por otro lado y generalmente ligados al quehacer artístico, estallan los fuegos que propaga el colectivo insobornable de la legítima cultura popular.
Grupos teatrales. Encuentros literarios con editoriales hechas “a pulmón”; asociaciones de arte; trabajos plásticos grupales a cielo abierto; eventos de música de rock, tango y folklore; exposiciones plásticas integrales; propuestas de fusión y ensamble. Artistas de importante nivel y auténtica vocación sembradora llevando, a escuelas alejadas, el contacto con el acto creativo.
No podría nombrar algunos porque son muchos y merecen nuestra gratitud. Es el objeto de esta nota que eludió los nombres propios.
Recordar la exitosa letra del monologuista cuando canta que “todo pasa” pero “quedan los artistas”
La bendita cigarra que quisieron enterrar no ha muerto, solo durmió bajo la tierra y emerge en nuestro conurbano sin olvidar que fue y será siempre bandera de resistencia y esperanza.
(*) Periodista, docente. Artista Plástica, y escritora.