Agencia La Oreja Que Piensa. Por Silvia Silva. (*)
- Rapidez con z – dijo Benjamín.
- R-a-p-i-d-e-z – deletreó la niña y apoyando su mentón sobre sus pequeñas manitos, observó al maestro y preguntó:
-¿Siempre rapidez va con z?
- Siempre - Respondió el maestro.
- ¡Que fea palabra! ¿Así viven los adultos verdad?
- ¿Qué quieres decir?
- Que todos corren tras la última letra, eso me da miedo.
- ¿Por qué?
- Porque a veces corren tanto que o me ven.
Benjamín emprendió el camino de regreso a casa, no pudiendo quitar de sus pensamientos las palabras de su alumna. ¡Qué reflexión extraña había hecho la niña! Era inevitable meditar sobre lo que había dicho.-a veces corren tanto que no me ven. Desde su inocencia, quizás exageraba, pero él de algo no tenía dudas, cuando un niño se expresaba con tanta seguridad, había que tomarlo con mucha seriedad.
Esta frase lo obligaba a pensar en el mundo en general, en quienes lo rodeaban, en el ritmo del sistema, pero fundamentalmente, en sí mismo.
Esos pensamientos lo habían inquietado, debía ordenar las voces en su cabeza, así que decidió desviar su andar y en una eternidad de poca distancia, llegó a la playa, allí donde hacía mucho tiempo no podía detenerse un momento para contemplar el agua rompiendo contra las rocas, para dejar correr sin prisa un montón de arena entre sus dedos, o simplemente, dejar que el delicado murmullo de la naturaleza, acariciara su mente.
-“Si pudiéramos aprender a escuchar lo que dice el viento a través del follaje de los árboles, nos entenderíamos mejor entre los hombres.”- Así hablaba su abuelo, sabiamente, según su abuela.
Quizás era tiempo de escuchar los sonidos del viento. Para ello, que mejor manera que dejarse caer sobre algún médano, cerrar los ojos y respirar serenamente, permitiéndole al universo atravesar cada una de sus células, escuchando atentamente sus sonidos.
La tibieza del sol primaveral acompañaba la tarde. El cuerpo de Benjamín yacía dormido sobre la arena ondulada, al tiempo que sus memorias reunidas en la mesa redonda de la mente, se conciliaban con sus pensamientos.
- ¡Hola papá, llegaste! –Exclama la pequeña con brincos y sonrisas.
- Hola mi amor.
- ¡Vení! Quiero mostrarte algo. ¡Aprendí a dibujar un perro!
- Si pequeña, ya voy. Primero tengo algo que hacer.
- ¡Pero ahora papá! Es un minuto. –Le ruega la niña jalando de sus manos.
- ¡Que ya voy! Estoy ocupado. – Responde el padre bruscamente.
- ¡Papi! ¡Papi! ¿Querés que te lea las palabras que me enseñó a escribir hoy la maestra?
- Más tarde. Ahora déjame escuchar el noticiero.
- ¿Vamos a jugar al parque?
- Voy a hacer un trámite, apenas regrese, vamos al parque.
Benjamín se aleja de la casa sin advertir las lágrimas silenciosas que corren por las mejillas de su pequeña hija.
Antes que acabe el día tiene muchas cosas que hacer, seguramente terminará tarde, con el tiempo justo para programar las obligaciones del día siguiente y dormir unas horas hasta que el despertador enloquezca a las seis de la mañana.
Puede manejarlo, entre el sábado y el domingo, luego de recuperar el sueño que le adeudan los días de la semana, corregirá algunos trabajos de sus alumnos, se relajará mirando algún programa de televisión, huirá de las reuniones familiares para evitar las salidas de casa, ya que le restan tiempo de descanso y se acostará temprano el domingo para comenzar la semana sin vestigios de cansancio.
Así corre el tiempo, macabramente le va robando cada día de su vida, también la alegría y las ganas de tener ganas.
Su apariencia multiplica malignamente su verdadera edad. Avanza repetidamente tan de prisa sobre el círculo mecánico de su vida, que no ha comprendido aun cuanto a perdido en el camino, ni el dolor que han provocado sus ausencias, ni el oscuro resultado que ha dejado sobre todo cuanto le rodea, el orden erróneo de sus prioridades.
Más no puede detenerse, forma parte del sistema, ignora que se ha convertido en esclavo de sus frustraciones, que se ha dormido en el inframundo de sus pensamientos, mientras sus pies avanzan sin saber hacia dónde, cada día, rápidamente, sin retorno, en definitiva, correr es lo importante.
- El que anda por la vida sabe dónde están sus pies, y los afirma, más el que corre, muere vacío sin saber dónde ha pisado-. Estas palabras despertaron a Benjamín, se repetían una y otra vez en su cabeza. Creía no haberlas escuchado antes, pero sentía que formaban parte de su existencia, luego de pensarlo unos minutos, recordó vagamente que las había oído desinteresadamente alguna vez, quizás era una más de las frases de su abuelo, aunque en esa época tampoco contaba con mucho tiempo para prestar su atención a esos detalles.
Abrió los ojos, no tenía certeza del lugar donde se encontraba, se sentía extraño, algo estaba ocurriendo. Entonces se incorporó y observó el mar, su inmensidad, su desafiante libertad, y como transportándose a una dimensión lejana vio frente a sus ojos, las escenas de su vida, todas en un instante.
Su sangre helada casi paraliza su corazón, “…a veces corren tanto que no me ven.” ¡Qué ironía! Él se había convertido en uno de ésos adultos que no ven, ni a los niños, ni a su entorno, ni a sí mismos, yendo tras insatisfacciones que se superan así mismas.
Benjamín llegó a su casa, nadie lo recibió, observó los retratos, seguramente su bella esposa e hija ya no se veían como en las fotografías, había pasado mucho tiempo desde aquella triste despedida en la que no pudo pensar demasiado, pues había tantos motivos aun incomprensibles tras los que debía correr con rapidez, pero solo y vacío, como la mayor parte de esta humanidad esclava de sí misma, que no puede detenerse, aun sabiendo que posiblemente ya estén muertos aunque respiren y sigan avanzando sobre sus propios pasos.
Escritora. Autora del libro “ De Palabras más allá del viento”. La búsqueda de Silvia Silva.
@SilviaSilvaMermot