Agencia La Oreja Que Piensa. Por y traduccion de Ari Meneghini (*)
El día llega a su fin y dejó atrás pupitres y campanas del colegio, el eco de las risas y los gritos débiles y desproporcionados. Dejó la escuela donde doy clases, un poco cansado y extrañando a mi pequeña.
Mis pasos errantes, que ya conocen el itinerario, llevan el corazón y los pensamientos soñadores a su destino: Café y Tabaquería Quintanares. Mientras sigo, sólo pienso en la libertad, el descanso y el placer.
La noche se extiende ante mí como un refugio, donde el humo se mezcla con el aroma del café, creando un ambiente propicio para que los pensamientos divaguen y las emociones descansen.
En la calle de los Cataventos, numero 35, las posibilidades son diversas y se abren ante mí. Las puertas son anchas y el corredor infinito. Yo entro al café y elijo la mesa dos. Pido un espresso doble, el primer cigarrillo descansa entre los dedos.
Prendo el encendedor y la llama quema la punta lentamente. Con las primeras bocanadas dibuja nubes de humo que se disipan por el ambiente, creando un espectáculo etéreo.
Del otro lado, no estoy seguro que si es de la mesa veintidós, ahí está el Poeta soltando tus propias nubes, una danza silenciosa que conecta almas en el ritual compartido de sabores y palabras.
Mezcla de café y tabaco, transformándose el espacio en una sinfonía de aromas e inspiraciones.
La niebla se apodera del Café, y el Poeta Quintana lo hace es inconfundible en el otro lado. Fuma tu Marlboro y bebe el negro básico.
Unas cuantas bocanadas más y mis fantasmas se encontrarán con los fantasmas del Poeta. Las espirales de humo danzan en el aire, comunicándose en un lenguaje de historias sobrenaturales.
Quintana me da una mirada lenta, como un paseo lento con un bastón. Él ve a través de mis ojos y expresiones un mar de conmociones, gritos, risas, pupitres arrastrados y campañas escolares sonando. El Café, un refugio donde el presente se entrelaza con el pasado y se tejen historias espirales ahumadas.
De pronto, entre el humo, surgen palabras fugitivas de los sonetos de Quintana:
“Cuando el agua llega a las ventanas más altas
Pintaré rosas de fuego en nuestras caras
amarillos
¿Qué importa lo que esté por venir?
Todo está reservado para los locos.
Y los locos se lo permiten todo. ¡Vamos!"
Al recibir el mensaje me sentí como un aprendiz de brujo. Deseé ese arte mágico de conducir las palabras, como si pudiera moldear el mundo al gusto de los versos, convirtiéndose en artesano de un destino entrelazado con las pinturas de las metáforas y las llamas de la poesía.
Cuando me di cuenta, el Poeta, con su inseparable cigarrillo, se fue. Se fue y me dejó allí, reticente. Miré en lo alto buscando una señal, un fantasma, otros versos.
No he perdido la esperanza. Seguí buscando hasta que de una pequeña nube de humo surge el siguiente mensaje: “Cuando recuerdes mi presencia, invocarás un recuerdo que se desvanece, un fantasma.
Así que déjame seguir mi destino”. Las palabras flotan en el aire, como si el propio Quintana las hubiera dejado su esencia en el rastro de espirales de humo.
Durante mucho tiempo permanecí estático, inmerso en divagaciones, con la mirada perdida en el espacio, y mis pensamientos lejanos del Café y Tabaqueria Quintanares. El entorno que me rodeaba se perdió de vista, mientras navegaba por tierras lejanas, guiado por el alas de contemplación.
Me sobresaltó la figura excéntrica que se acercó a mi mesa y me pidió acompañarme con un espresso doble. Tenía barba y un parche en el ojo del lado izquierdo. Vestía como un noble de la corte portuguesa.
“Mi nombre es Luís Vaz de Camões” – dijo.
Permanecí en completo silencio. Me miró fijamente y esperó algunas palabras mías.
"En realidad, no necesito más detalles en mi presentación. Me conoces tan bien que los detalles son innecesarios” – continuó el personaje llamado Camões.
Me quedé completamente mudo ante esa situación. Traté de articular las palabras para expresar eso.
Sabía quién era, así que me pareció una casualidad encontrarlo en ese momento, sobre todo después de haber trabajado en Los Lusíadas con mis alumnos. Sin embargo, ningún comentario escapó de mis labios
.
"Usted tiene una misión como profesor de Literatura", dijo él, mirándome con autoridad. De verdad, yo no pude decir nada. Solo escuché, absorbiendo sus palabras como si fueran revelaciones literarias susurradas por los vientos de la historia.
"Quiero que me enseñes la verdad sobre mi vida y trabajo", dijo convencido, vaciando la botella de un trago el expreso que ya debe estar frío, y como si hubiera
prisa por irse, contó su historia de una vez:
"Haz que tus alumnos lean mucho. Déjales leer los clásicos más importantes del mundo para comprender mejor mi obra, como La Ilíada y La Odisea, La Divina Comedia. Y no olvides que fui combatiente en el África del Norte.
Derroté a los moros y lamentablemente perdí un ojo puesto en el combate. Por eso las mujeres se burlaban de mí. Entonces escribí muchos versos, no para luchar contra ellas, sino para conquistarlas."
Permanecí en silencio, testificando la presencia efímera de Camões, pues en un abrir y cerrar de ojos desapareció.
Después de Quintana y Camões, ya era diferente. Y cuando caminaba por las calles de Porto Alegre, sólo pensaba en los versos de Quintana: "Ya está todo en las enciclopedias, y todas dicen lo mismo. Ninguna puede darnos una visión inédita del mundo. Por eso leo Poetas. Sólo de los poetas se puede aprender algo nuevo".
Esta es una verdad profunda: los poetas tienen el poder de ofrecernos perspectivas únicas, proporcionar una comprensión renovada del mundo y sus complejidades de la vida. Lo esencial es encontrar la magia de ver más que lo convencional, explorar territorios del alma y de la existencia.
(*) Ari Meneghini nació en 1971, en Ijuí, Rio Grande do Sul.
Es profesor de literatura, actor, payaso y padre de Bolívar. Postgrado en Teatro y Educación (especialista). Vive en São Leopoldo, donde enseña y actúa con el grupo de teatro Quixotescos. Actualmente vive en São Leopoldo. Municipio Brasileño de Rio Grande Do Sul.