Agencia La Oreja Que Piensa. Por Carol Calcagno.(*)
Desde el 2001 pasaron varios años, sin embargo, Buenos Aires todavía nos muestra escenas similares. Las calles siguen siendo los espacios de reclamo, lucha, pero sobre todo dignidad. Una dignidad que pide saltar y correr y festejar de la misma manera que un niño, cuando sale de la escuela. Solo eso se necesita. Nada más. Pero a pesar de tanto, diciembre vuelve a concluir desenfrenado.
Bajo el sol, diferentes voces colectivas y perseverantes no dejan de expresar. Incansablemente.
Oíd mortales, el grito sagrado… ¡Libertad, Libertad!
Jueves 20 de diciembre de 2001. Día soleado. 20º Grados. Aproximadamente las 2 de la tarde. Se ha interrumpido el tránsito. Desorden en microcentro. Es el momento en que el pueblo decide gritar: ¡Basta!
Muchas personas caminando, con la necesidad plena de no ser espectadores televisivos de esta nueva, sorpresiva forma de rebelión. Se acercan, unificándose a los ya presentes en Plaza de Mayo. Desde Bolívar, San Martín, Av. Leandro N. Alem...se suman "cacerolas". Golpean fuerte, creando un ensordecedor reclamo. Se une una gran caravana de motoqueros que circulan en fila con banderas argentinas. Ellos tocan bocinas y cantan con el puño en alto: "Paredón, paredón a los políticos que vendieron la Nación..."
Transcurrida una hora, ya se visualizan unas 3.000 personas por Avenida de Mayo, concentradas en las esquinas, en las veredas, a mitad de cuadras. Los motoqueros encabezan la manifestación hacia la Plaza, pero no es posible. Reacciona el cordón policial, que minutos antes observaba inmutable. Vienen con todo, gases, perdigones, balas. Gritos y corridas. Y más corridas. Es el pueblo:
- ¡Vamos, avancemos!
-¡Empiecen a tirar piedras! ¡No corran! ¡Tranquilos!
- ¡Yuta hija de puta!
- ¡Somos todos hermanos, paren de tirar!
-¡Al suelo que la cana está disparando!
Convulsión, alboroto colectivo. Mujeres y hombres de diferentes edades, escapan, intentan refugiarse. Muy cerca se escuchan los caballos, galopando. Avanzan en distintas direcciones. Todo se dispersa. Algunos corren por Bernardo de Yrigoyen hacia Constitución, otros huyen para Chacabuco. La División de Caballería Federal, con chalecos antibalas y cascos, pegan con sus fustas. Impulsivamente, sin control, entre el humo. Está todo revuelto. Nublado. El ácido arde en la garganta. Seca, asfixia, desespera. Ya no se puede ver. El dolor es intenso, la herida sangra.
4 de la tarde. Repentinamente cae desvanecido, un joven, quizás de 20 años. Con bermudas y zapatillas. Su cuerpo inmóvil permanece sobre el césped, con la mirada al cielo. A pocos metros, otro sujeto parece caer. El horror es protagonista.
Policías motorizados avanzan, en dos filas a los costados de la avenida, para reforzar la represión. Mientras en la televisión de un solitario bar, la imagen del Presidente, anuncia: "Se declara Estado de Sitio".
Gritos desesperados, llantos, desconsuelos, más corridas, quejidos, sobrevivientes auxiliados por sus propios compañeros. La interminable historia continúa. Yo, estoy aturdida. Pienso:
¿Quién nos arrancó la libertad? ¿Dónde están nuestros derechos?
A mi lado, un patrullero estacionado, luce descaradamente en sus puertas, una frase que reza: "Al servicio de la Comunidad".
(*) Periodista.