Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina. Por Héctor Corti
A Alberto Vacarezza se lo puede definir como un gran caricaturista del
Buenos Aires porteño de principios del siglo XX.
Alguna vez dijo que “la calle es la nodriza del teatro” y se encargó de demostrarlo. Porque a partir de la sensibilidad artística para captar los rasgos salientes de una población heterogénea, construyó un amplia gama de personajes conformados por “tanos”, “atorrantes”, “bacanes”, “gallegos”, “pebetas”, “rusos”, “polacos”, “guapos”, “otarios”, “turcos”, “chorros”, “andaluces”, “genoveses” o “compadritos”. Esos y muchos otros formaron parte de sus sainetes, género teatral del que se convirtió en uno de sus máximos referentes.Bohemio, rebelde, jugador empedernido, la vida de este dramaturgo de gran contextura física que tuvo doce hijos en sus dos matrimonios, transcurrió entre vaivenes que dan cuenta una gran cantidad de anécdotas. Admirado por la mayoría –y también criticado-, supo cosechar éxitos y ganar mucho dinero que dilapidó en mesas de póker, carrera de caballos o cualquier otro juego de azaPero muchos también lo recuerdan por su gran generosidad. Él era así. De su genio y de su buen humor, hasta el final de sus días, siempre salió alguna frase inesperada. “¡Aquí me tenés, hermano, ensayando para finao!”, le contestó a su amigo Alejandro Berrutti, poco antes de su muerte, el 6 de agosto de 1959, hace casi medio siglo.
Toda historia tiene un comienzo: el 1 de abril de 1886 en una casa de Corrientes al 5400, pleno barrio de Villa Crespo, nació Bartolo Ángel Venancio Vacarezza. Es el mismo Alberto Vacarezza que a través del tiempo fue autor de ciento diez obras de teatro, treinta y cinco letras de canciones –veintinueve de tango-, además de un sinnúmero de poemas y guiones para radio y cine.
El camino que el destino le tenía preparado a Vacarezza, y que su propia voluntad y tozudez se encargó de alimentar -pese al deseo paterno de que fuera doctor-, se manifestó desde su niñez, época que compartió correrías en el barrio y banco en la escuela con quien se convertiría en un verdadero “filósofo social”, Armando Discépolo.
“Nadie pudo evitar que yo escribiese. Tal era mi afición a llevar al papel cuanto veía y sentía, que más de una vez mi padre me llamó al orden severamente. ‘Vea caballerito: hay que estudiar o de lo contrario, dedicarse a cualquier trabajo serio, que con versitos y pavaditas de teatro no vamos a ninguna parte’. Pero no valían reprimendas y amenazas. Yo seguía escribiendo hasta que el cansancio me rendía”, relató en una columna publicada en la revista Fantasio.
La prematura llegada de Vacarezza como escribiente a un Juzgado de Paz presidido por su tío –uno de los tantos trabajos que tuvo-, fue impensadamente lo que se convertiría en su musa inspiradora. La mirada atenta y su facilidad para darle forma a sus imaginarios trazos posibilitó que muchas de las personas que pasaron por el lugar, fueran recreadas ya en la galería de personajes de sus primeras obras: “El juzgado” en 1903 y “La noche del forastero” en 1905.
Sin quererlo, casi por azar, llegó el primero de los muchos éxitos que acumularía a lo largo de su carrera. Ocurrió en 1911 cuando su obra “Los Escruchantes” ganó el concurso de zarzuela –a la que nunca había postulado-, organizado por Pascual Carcavalio en el entonces Teatro Nacional. Tiempo después explicó que “una persona de mi familia (algunas crónicas de la época dicen que fue su primera esposa), sin enterarme de ello, había sacado la obra de su sitio y presentado al concurso”.
A partir de lo que el consideró “mi primer estreno”, pasó a ser un dramaturgo profesional y sostuvo con orgullo: “Tengo un empleo de que solamente Dios puede dejarme cesante”.
La larga lista de sus obras, compuesta especialmente por sainetes, tiene títulos muy recordados, y destacados por la crítica, como "Tu cuna fue un conventillo" y "Juancito de la Ribera", pero un éxito sobresaliente: “El Conventillo de la Paloma”, estrenado en 1929 y cuya recreación estuvo inspirada en la casa de inquilinato ubicada en la porteña calle Serrano 148.
“Alberto Vacarezza es, como sainetero, la figura más popular de nuestro teatro. El sólo anuncio de una obra suya despierta gran expectativa en el público, al extremo de que cuando no gusta pasa las cien representaciones a teatro lleno. Y que cuando Vacarezza pega no para hasta las cuatrocientas o quinientas como sucederá, sin duda alguna, con el ‘Conventillo de la Paloma’”, presagiaba una crónica de la revista Comedia del 1 de mayo de 1929. Pero la cifra había quedado corta. El 29 de mayo de 1930 se anunciaba que ese sainete criollo había registrado mil funciones, y que se mantenía en cartel "no por el capricho del empresario, sino por el público que concurre a verla".
“El conventillo de la Paloma” tuvo también su versión cinematográfica en 1936, que dirigió Leopoldo Torres Ríos. Y en la década del ’60 llegó una adaptación a la televisión en la novela del mismo título que protagonizó Hugo del Carril (Villa Crespo) e Inés Moreno (Paloma), junto a un elenco integrado por Tito Lusiardo (Seriola), Diana Maggi (Doce Pesos), Teresa Blasco (Mariquiña), Luis Tasca (El gallego José) y Oscar Ferrigno (Paseo de Julio), entre otros.
“El sainete no admite diálogos divagadores ni preciosismos retóricos excesivos como las obras de avance lento. En cuanto la acción se detiene, el sainete es acopio de vida moviente y palpitante. Sencillez, gracia, dinamismo y alegría. El sainete es juventud”, definía Vacarezza en un trabajo publicado por Lily Franco.
El letrista de canciones fue otra de sus vetas artísticas. De las treinta y cinco que escribió, veintinueve fueron tangos, muchos de los cuales utilizó en sus obras teatrales. Un ejemplo fue “Atorrante”, estrenado por Libertad Lamarque el 5 de abril de 1929 en la función inaugural de “El conventillo de la Paloma”. Otro, “El Carrerito”, que lo cantó por primer vez Olinda Bozán el 10 de abril de 1928 en “El corralón de mis penas”, y fue uno de los trece que grabó Carlos Gardel.
Vacarezza fue en 1925 director del Teatro Cervantes durante un breve lapso que interrumpió para continuar con su labor creativa. También presidió la Sociedad General de Autores (ARGENTORES) y la Casa del Teatro, a la que definió como “la hostería en que hospedan su vejez y su cansancio los peregrinos del arte”.
Algunas crónicas periodísticas recuerdan ciertos vaivenes ideológicos respecto a sus definiciones políticas, al dar cuenta de sus sucesivos reparto de simpatías por el socialismo, el radicalismo yrigoyenista y el peronismo.
Mercedes, una de sus hijas, recordó en un testimonio publicado por la revista Semanario, que Eva Perón tenía un gran reconocimiento por su padre. "Eva fue a ver a papá llorando cuando sólo era una actriz, porque la habían echado y él consiguió que revieran la medida. Más adelante Evita le ofrecería una embajada que rechazó. Ella lo llamaba a menudo por teléfono y nosotras, que éramos chicas, nos poníamos a escuchar cómo le decía: Vacarezza, yo no me puedo olvidar nunca de su generosidad'".
Al hablar sobre sus ideas, negaba ser un hombre político porque “antes que la política me encantó el arte y más que el arte, la vida. Mas no por ello ha de creerse que los problemas sociales dejan de preocuparme. Desde el fondo de la vida vengo abriéndome paso a golpes de voluntad. Antes, de llegar a los papeles, ya había probado cómo se trabaja en los talleres de las ciudades y, sobre todo, en los campos de mi tierra”.
A su manera, Vacarezza siempre dio testimonio de su sensibilidad para captar el fenómeno social y de su trabajo creativo. Como alguna vez dijo: “De ninguna de mis obras me arrepiento. Y si algo me reconforta es que todas sean argentinas”.