Agencia Informativa La Oreja Que Piensa. Por Aníbal Ignacio Faccendini ( *)
Por Aníbal Ignacio Faccendini*
“…Hay un solo delito infamante para el ciudadano: que en la lucha en que se deciden los destinos de Esparta, él no esté en ninguno de los bandos o esté en los dos…” (Licurgo)
El 12 de noviembre de 1863, es asesinado el general Ángel Vicente Peñaloza en medio de un tórrido día, dónde el sol arañaba las nubes, fagocitándolas. Este 12 noviembre se cumplen 161 años de su homicido.
El partido Federal cae derrotado, Juan Bautista Alberdi y José Hernández lo saben y lo saben telúricamente desde sus entrañas.
El Federalismo del interior y del litoral han sido exiliados de toda victoria. La Argentina de otrora va hacer parida por la crueldad y los asesinatos. Manuel Dorrego, Facundo Quiroga y Peñaloza son testigos forzados de un tiempo de la violencia unitaria liberal.
No bucear en el pasado es el trampolín para el fracaso. Una parte de la Argentina en este siglo XXI, sigue obnubilada con la violencia.
Transcurría así el violento siglo XIX y la fiebre ocupaba toda la cabeza de Domingo Faustino Sarmiento. Era la temperatura de los centralistas liberales, que se sentían hacedores de la historia. Era el zonda que invadía todo el cuerpo de la república.
Los que se oponían al huracán eran arrasados. Mitre y Sarmiento no necesitaban perseguir al destino, ellos lo hacían. Mitre quería la gloria de una genocida guerra contra el Paraguay. No tuvo esa dicha.
La injusticia de esa guerra contra los paraguayos fue tal que no hubo palabras para embarazar la realidad. Lo patético e indigno de las acciones hacían ruido en los huesos de los “civilizados porteños”.
Pero ellos, dueños de la historia, no se equivocaban, era la testaruda materialidad salvaje de los federales provinciales que no entendían, porque no querían, porque no sabían y porque querían si, dominar.
Francisco Solano López, sería expulsado de toda geografía. El aliento desencantado y seco de la derrota embargaba las pocas certezas de los federales del interior.
La traición de Pavón y la fratricida guerra al Paraguay, se convertirían en eficaces heridas en el ideario federal democrático.
Desde Buenos Aires, venía el zonda. Caliente y polvoriento. Dejando que la sequedad agrietara la voces y las caras.
El liberalismo centralista marcaba y connotaba que su civilización bárbara era la que mandaba: esto es, eliminar como delincuentes a los caudillos del interior.
Era la famosa “guerra de policías”: Mitre y Sarmiento descalificarían políticamente como delincuentes a toda la oposición federal.
Ya no eran referentes políticos. Eran bandidos. Eso era, al decir de ellos, Ángel Vicente Peñaloza, general así nombrado por la Confederación Argentina.
Peñaloza enfrentará al iluminismo centralista. Hernández lo admirará. El Chacho luchará contra la crueldad de la burguesía de Buenos Aires.
Hombre constituído en su tierra riojana. Enfrentaría también en el pasado al centralista de Rosas, y luego al centralismo liberal.
Y representará lo mejor del federalismo del interior y del litoral. Fue la expresión de las contradicciones de las burguesías provincianas con la burguesía porteña ligada al mercado internacional.
Murió sin poder metabolizar la deserción de Urquiza. Sin entender la traición. Es que no es lo mismo el federalismo del litoral, que el del interior y del que reflejó, si se quiere, Rosas.
Son distintos intereses, quizás no irresolutos. Hete aquí, un pequeño elemento, que muy reducidamente explica la derrota del general Peñaloza frente a las tropas de Mitre.
El Chacho era un hombre valiente, generoso y caballeresco al decir de Hernández en su obra la “Vida del Chacho”.
La pluma integradora del federalismo del autor del Martín Fierro apoyará al riojano y se va a encontrar con el hombre de las Bases, Alberdi.
La batalla Pavón en noviembre de 1861, cerca de Rosario, fue ganada por Urquiza -al decir de Alberdi- para ser entregada a Mitre.
Desde esa época, ambos van a cuestionar duramente al caudillo entrerriano. Allí estarán las cartas de Peñaloza pidiéndole a Urquiza que resista al centralismo porteño y, como toda respuesta, silencios y ambigüedades.
El bárbaro de Sarmiento -dirá José Hernández- no titubeará en apoyar la eliminación de uno de los últimos referentes de las montoneras federales.
El general nombrado por el Congreso de la Nación cae asesinado bajo la indigna daga de la traición.
Nunca se vio que tantas palabras violentas pudieran caber en una sola boca, como en el caso de Sarmiento. Su soberbia era tan grande que inundaba hasta la nada.
Los civilizados salvajes de la ciudad del puerto eliminarían cuerpos para degollar ideas: la intolerancia le quitará la vida a Dorrego, le confiscará el cuerpo a Quiroga y terminará por despojar de toda vida al Chacho.
El tiempo huele a muerte. Cruje el destino en los pies de Peñaloza. Su mujer y su hijo son testigos obligados de su asesinato.
El Zonda avanza, la derrota golpea fuerte en las puertas de su alma. El general de la Confederación es detenido.
Irrazábal y Vera- no se sabrá cuál de los dos lo asesinó- hieren mortalmente con el filo de la intolerancia, al que pacíficamente se había entregado .
Ha sido asesinado el Chacho Peñaloza. Se cierra el país del interior, para sólo abrirse al exterior. Esta muerte jaqueará duramente a la nación querida por Alberdi y Hernández.
Dos plumas conmovidas por esta tragedia. Pero, en verdad, no hay tinta que abarque tanta realidad.
Esto nos señaliza que los dos veían en el federalismo la inclusión y en la tolerancia, el camino a la construcción.
El sangriento siglo XIX fue el que parió a la Argentina. Nuestro país, tristemente tuvo que ser derrotado para ser fundado.
La eliminación de las montoneras federales así lo atestiguan. En noviembre de 1863 se concluyó un ciclo, triunfó la violencia y la intrasigencia, lo más primitivo y cruel del hombre.
Y, se glorificó lo más atrasado de la economía: la plusvalía a partir de la especulación y no la producción.
Evitando todo simplismo mecanicista, se podría decir -buscando sólo una metáfora- que era como si en la guerra de Secesión de los Estados Unidos, el sur esclavista hubiera triunfado sobre el norte industrial.
Alberdi naufragó en la aridez de Olta. La generación del 37 y la posibilidad de un país de encuentro y desarrollo serían abortados.
La historia no reconoce a los derrotados. Otrora el país de Alberdi, Hernández, Peñaloza y Varela, se fundaba en la existencia y reconocimiento del otro.
La otredad nos recuerda que hay otra verdad por fuera de nuestra totalidad.
Los hechos aún en el decimonónico violento siglo XIX van a estar sesgados por la difusión de quien es el dueño de dicha circularidad.
La literatura del dominante señalará y consolidará una tradición básica y excesivamente simplista de que los federales del interior eran los salvajes señores feudales y los de Buenos Aires, los civilizados.
En verdad, las víctimas del país que no fue fueron asesinadas por los civilizados unitarios liberales.
Con este asesinato, el proyecto alberdiano es invalidado. Lo más lúcido e inteligente de la burguesía argentina del siglo XIX ha fracturado toda posibilidad de triunfo. Pero no ha muerto: sus destellos llegan a este siglo XXI.
Nuestra historia de violencia y exclusión debe ser erradicada con inclusión y justicia social, democracia y federalismo.
En ese abismal día, degollaron a Peñaloza. Su cabeza la van a exhibir en la plaza de Olta y su oreja la van a entregar como premio al civilizado de Sarmiento, gobernador de San Juan.
Es de suma necesidad tener más educación pública. Una educación de la memoria crítica, de lo que es nuestro país, de dónde viene y hacia dónde vamos. Saber no las apariencias sino las esencias de nuestras fragilidades.
A la pedagogía del mal, se la desarticula no sólo con conocimiento científico, estudio, dedicación y análisis crítico, sino también con la ética de la solidaridad y de la ambabilidad: rompiendo asimismo con la fragmentación perceptual.
Recordemos que no debemos hacer sinonimia entre opinar y saber. Hace a la democracia que todos tengan el derecho de opinar, pero ello no es saber.
Si no estudiamos y aprendemos, es muy factible que seamos hablados y opinados por otros. No debemos ser repetidores de los medios de difusión y de las redes, es la educación pública la que nos dará emancipación.
La educación universitaria, pública, gratuita y de excelencia de acceso a todas las personas, es lo que nos permitirá hacer una genealogía del país que habitamos. Abandonemos la pereza mental y la competencia hedonista del mal.
El desafío es lograr pensar para atrapar la realidad. Que es mucha, que es dura y compleja, pero hay que hacerlo para fabricar la esperanza, esperada y no agotada.
(*) Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales, magíster en Ambiente y Desarrollo Sustentable