Agencia La Oreja Que Piensa. Nov 2013.Esther Vivas
Cuando hablamos de agricultura y alimentación, pocas veces hacemos referencia al papel clave que las mujeres han tenido y tienen en la producción, la distribución y el consumo de los alimentos.
Como todo trabajo de cuidados, la comida ha quedado relegado al baúl de los invisibles. Pero, la agricultura y la alimentación tienen nombre de mujer, y es imprescindible visibilizar y dar valor a lo que comemos y a cómo comemos, señalando que esto es cosa de todos.
El cultivo de los alimentos, especialmente las huertas a pequeña escala, ha sido tradicionalmente un trabajo femenino. En los países del sur, todavía hoy, entre un 60 y un 80% de la producción de la comida se encuentra en manos de las mujeres.
A pesar de esto, son las mujeres y las niñas, según datos de la FAO, las que más pasan hambre: un 60% del hambre crónica las golpea de lleno. ¿Por qué?
Las mujeres trabajan la tierra, la cultivan, recolectan los alimentos, pero no tienen acceso a su propiedad, al crédito agrícola… y, consecuentemente, no reciben el fruto de lo que producen.
Pero no hay que ir a los países del sur para ver que el modelo agrícola y alimentario actual tiene un impacto negativo en las mujeres: aquí, cuántas campesinas han trabajado toda la vida en el campo y, en cambio, no han constado nunca en ningún papel, no han cotizado a la seguridad social.
Vivimos en un sistema patriarcal que invisibiliza y no valora el trabajo de las mujeres. La agricultura y la alimentación son un ejemplo claro.
El modelo agroalimentario actual es irracional, no sólo porque se basa en alimentos kilométricos, cuando podríamos consumirlos de proximidad; acaba con la agricultura local, en lugar de defender un mundo rural vivo; apuesta por unas pocas variedades agrícolas, cuando se pueden recuperar tantas semillas antiguas; es adicto a los pesticidas y los transgénicos, con lo que ello implica para nuestra salud y la del planeta, en vez de invertir en agricultura ecológica … sino que, además, condena al hambre y al anonimato a las que tienen un papel central en la producción de la comida: las mujeres.
Cuando hoy emergen alternativas a una agricultura industrial e intensiva que ha fracasado, en ellas las mujeres tienen un papel central.
Nueva agricultura y en femenino es la que encontramos en muchos lugares del territorio, donde mujeres campesinas, a menudo jóvenes, se ponen delante de la finca y apuestan por otra agricultura y alimentación que sitúa en el centro a las personas y a la tierra. Grupos y cooperativas de consumo en el que las mujeres tienen un peso clave.
Experiencias de aprovechamiento y reciclaje de la comida, “fogones móviles” y cocinas populares, con mujeres al frente. Huertos urbanos, que ocupan solares y terrenos abandonados, con una presencia femenina importante.
Alternativas que reivindican la soberanía alimentaria, la capacidad de decidir, nosotros (campesinado y consumidores), sobre lo que se cultiva y lo que se come.
Una alternativa que debe ser necesariamente feminista y apostar por la igualdad de derechos, reivindicando el acceso a los medios de producción de los alimentos (tierra, agua y semillas) en igualdad de condiciones, tanto para hombres como para mujeres.
Al recuperar el interés por lo que comemos, de dónde viene, cómo ha sido producido… damos valor, de nuevo, a algo tan esencial como la agricultura y la alimentación.
La compra de la comida y la cocina en casa sigue siendo, en buena medida, territorio de mujeres.
Un trabajo, a menudo, ni reconocido ni valorado, pero imprescindible, que sostiene el trabajo productivo, que sí valora el capital.
Señalar su importancia, hacer que cuente, y dejar claro que es responsabilidad de todas y todos es el primer paso para empezar a cambiar las cosas y hacer que nuestras vidas sean más justas, sanas y, en definitiva, vivibles.