Agencia La Oreja Que Piensa. 2014. Por Esteban Acosta Vivas.
Yo estoy aquí, en la orilla izquierda de una lágrima. Frente a este remanso de emoción, a la pesca de alguna palabra, si hay pique, o sino a remojar el anzuelo; como diría mi viejo, que hace unos años se cambió de poblado. Pero es como si estuviera acompañándome siempre. Sabe, creo que la única muerte que existe: es el olvido.
Ahora me lo imagino a Usted, que se mudo de barrio y se fue al de la poesía. Decía, me lo imagino sentado en el cordón de la vereda junto al Paco, que dupla...charlando de “la patria fusilada”.
Ahí nomás el Haroldo jugando al truco con Rodolfo que trata de distraerle hablándole de “Esa mujer”. Pero el Haroldo pícaro, le espera para gritarle truco, pues tiene un ancho de basto con mas fuerza que un “álamo carolina”. .
Fíjese que suerte tengo hoy, está buena la pesca, dostres palabritas, como para encarar el versito. Se da cuenta, Usted me enseñó que cuando una palabra no alcanza se une a otra palabra y se reinventa.
Si sabrá de esto, si se habrá reinventado Usted, para aguantar desgarros y tanto dolor, tantos hermanitos muertitos, un hijito, y la nuerita. También aprendí a valorar la ternura que despiertan los diminutivos. Porque a veces la vida venía hecha pedacitos y había que remendar los retacitos para seguir.
Y Usted al dolor le cosía una esperancita y nos la regalaba. Pero no bajaba los brazos y seguía la búsqueda inclaudicable de su nietita, la verdad y la justicia. Siento que en la sombra de sus palabras viajan los rostros de los compañeros y sus banderas...
Pucha que movido que está el barrio, lo veo atusando su bigote y extendiendo su mano, se acerca su compañero José Emilio, el mexicano, que también mudo de barrio en estos días.
Aquí llega para continuar conversando en este alegórico arrabal. Es como si se hubiesen citado para seguir sus paseos, tan interminables como sus charlas en los atardeceres por las calles del barrio de la Condesa allá en la ciudad de México.
Debo agradecerle todo los que nos enseño, el legado que nos deja en su obra y la posta que nos pasa guiada por su mirada combativa, entre la memoria y la esperanza.
Ya ve, me entusiasmé hablándole a Usted; y descuidé la pesca; así somos los aprendices de pescadores de palabras, cuando nos encontramos con el Maestro.
Un gran abrazo del alma, seguramente nos encontraremos alguna tarde, cuando pateando el empedrado pase con mi cañarenglon hacia el remanso donde suelo pescar palabras, y Usted sentado en el cordón mas alto de las metáforas, me diga: pibe la mejor carnada es la imaginación..