Agencia La Oreja Que Piensa. Por Luis-Bauguen-Ballin (*)
Se crio Azucena en una familia de clase obrera; su mamá, Emma Nitz, la tuvo a sus adolescentes quince años; su papá, Florentino, tenía tan solo 21 cuando nació Azucena y trabajaba en una lanera.
Contrajo matrimonio con Pedro de Vincenti, delegado de la UOM, a quien había conocido en la emblemática SIAM, en 1949. Ambos eran de fuerte raigambre peronista. Fruto de esa relación dieron vida a cuatro hijos: Pedro, Néstor, Adrián y Cecilia.
A ocho meses de comenzada la dictadura, uno de sus hijos, “Paco” (Néstor), fue secuestrado junto a su novia Raquel Magin. En el derrotero inacabable de dar con datos del paradero de su hijo fue que conoció a otras madres en su misma situación. El 30 de abril del ’77, hartas de ser ninguneadas por las autoridades, van a manifestarse en Plaza de Mayo, marcando el hito de la primera ronda.
El 8 de diciembre, el ángel rubio de la muerte, infiltrado dentro de la iglesia de la Santa Cruz, al mejor estilo Judas, delata con un beso a las madres compañeras de Azucena. Ese día, ella no estaba.
El 10 de diciembre, un grupo de tareas la secuestra en inmediaciones de su casa.
Estuvo recluida en la ex ESMA, siendo torturada hasta perder el conocimiento. A los pocos días, fue asesinada en los vuelos de la muerte junto a las monjas francesas y sus compañeras y compañeros, los Doce de la Santa Cruz.
El 20 de diciembre de 1977, entre Santa Teresita y Mar del Tuyú, aparecía el cadáver torturado y fracturado por el golpe de la caída desde el avión, de Azucena Villaflor, fundadora de las Madres de Plaza de Mayo.
“A principios del ‘77 fui a la Casa de Gobierno, a entrevistarme, porque supuestamente nos iban a dar información. Ahí nos quedamos esperando a que alguien nos informase, pero nadie lo hizo. Y seguimos yendo.
Una mañana estábamos cinco personas frente a la Casa de Gobierno y llegaron cinco soldados con sus Itacas a pedirnos que nos retiráramos, así que nos fuimos a la Plaza, donde hay un banco circular.
Nos sentamos en el banco tres mujeres, una de ellas puso una bolsita en el suelo, sacó un tejido y se puso a tejer, como diciendo: “Aquí estamos tranquilamente tomando el sol”. Era Azucena Villaflor de Vincenti.
Fue ella la que nos convocó para ir a la Plaza, porque era el único lugar dónde había una posibilidad de ser escuchadas. El primer jueves éramos catorce, pero después, lamentablemente, los secuestros empezaron a ser tan sistemáticos que cada vez éramos más”. Mirta Baravalle.
Azucena fue una grande, organizó a las madres. Venía de una familia de larga extracción peronista. Me da bronca cuando la política no la recuerda. Alfredo Carlino.
Azucena Villaflor presente en cada lucha popular… ¡ahora… y siempre!
Azucena Villaflor.
Salió a buscar a su hijo
Y a preguntar por su nuera
Sin demorarse en la espera
Y sin tener rumbo fijo.
Cuando a mi patria maldijo
Un duro tiempo de horror,
Azucena Villaflor
Quien hoy tal vez nos asombre,
Tenía una flor en su nombre
Y en su apellido, otra flor.
Días, noches, madrugadas,
Siguiendo pistas inciertas
Insistió golpeando puertas
Que permanecían cerradas.
Otras madres abrumadas
Por la angustia y la tristeza,
Se le unieron con certeza
Sin temer a la amenaza
De represión, en la plaza,
De pañuelo en la cabeza.
Por su lucha desmedida
Fue Azucena secuestrada
Y vilmente torturada
Hasta quitarle la vida.
Como desaparecida
Corriendo la misma suerte,
Según la historia lo advierte
De otros tantos que a la par,
Fueron tirados al mar
En los vuelos de la muerte.
En Lavalle sepultaron
Sus restos como NN
Y hoy hasta el recuerdo viene,
Pues sus cenizas llevaron
Al lugar donde trazaron
Una lucha sin desmayo.
Y yo en el alma la hallo
Cuando el dolor me desvela
En cada madre y abuela
De nuestra Plaza de Mayo.
-Marta Suint, payadora.
(*) Comunicador social. Estudió en la Escuela de Artes Visuales Antonio Berni y, paralelamente, música en el Conservatorio de San Martín y en el Manuel de Falla. Como autor-compositor escribió tangos y milongas. Como artista plástico efectuó esculturas, grabados y pinturas.