Agencia La Oreja Que Piensa.
Por Juan Carlos Camaño (*).- Nadie, en un mundillo muy particular de este mundo, ignora que Vladímir Putin, presidente de Rusia, fue un “enigmático y hermético” agente de la, ahora desaparecida y otrora poderosa, KGB.
Nadie ignora aquello que explica quién es Putin, aún cuando no se conozca lo deseable acerca de lo almacenado en su cerebro, incluida su capacidad creativa y estratégica. He ahí la cuestión.
Barack Obama, el Pentágono, ni ninguna de las piezas que conforman la amplia red de servicios secretos de EE.UU. y otros ¿subestima a Putin?
Al margen y no tanto de este jeroglífico, el país más guerrerista de la tierra –EE.UU.- se ha dedicado durante décadas, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, a poner gran parte de sus energías como potencia global en el desarrollo de la tecnología de guerra, decididamente expansionista, de dominación y explotación de países y pueblos. Nada nuevo.
En todo caso, si se prefiere, una “sorpresa esperada”, Putin: alguien convertido en algo más que una piedra en el zapato del núcleo duro de países decididos a arrasar con Siria, en la escalada que va por Rusia y, sin lugar a dudas, contra Irán, utilizando métodos archiconocidos de la guerra fría, más bien a temperatura elevada, con un palo y una zanahoria; trillada engañifa que tan exactamente describiera incansable el periodista, escritor y maestro, Gregorio Selser.
La pretensión de ir por China hace agua por los cuatro costados, sin que desaparezca el deseo de los más osados de acosarla restándole geografía a sus países periféricos y a algunos de sus aliados tácticos. Sobre el tema alguna vez Henrry Kissinger, quien fuera Secretario de Estado de EE.UU., escribió un artículo, ampliamente difundido por la prensa occidental, en el cual no llegó a ser un intrépido e ignorante, como hoy lo son algunos trogloditas neo-nazis con sede en Washington. Donald Trump no es una excepción en el vasto territorio de EE.UU.
Discurría Kissinger sobre EE.UU. y China y acerca de que en Occidente se acostumbra a pensar las confrontaciones complejas como si se tratara de una partida de ajedrez, con un contendor a un lado y otro, frente a frente. Mientras que los chinos que se inclinan por el Teg juegan con un tablero de cuatro lados activos, en cada uno de ellos un jugador. ¿Matices?
Viene a cuento recordar que Kissiger fue, en su carácter de Consejero de Seguridad Nacional norteamericano un calificado colaborador del equipo de asesores del genio del ajedrez Bobby Fischer en el memorable match contra Boris Spasski, otro tremendo jugador, quien en su niñez fuera un prodigio del llamado “juego ciencia”, en la Unión Soviética y en todo el mundo. Se jugó en Reykiavik, Islandia, a mediados de 1972 y los periodistas y analistas políticos pro sistema capitalista se despacharon a gusto. Dijeron que “El tablero era un campo de batalla de la Guerra Fría, en el que el campeón del mundo libre –Fischer- lucharía por la democracia contra los `aparachik´ (burócratas) de la maquinaria socialista soviética”.
EE.UU., en la idea de dominar el total del planeta y sus habitantes, ha engendrado cuanto ha podido para lograrlo. De ese vientre nacieron los drones. Desde hace varios años se conoce que su Fuerza Aérea se dedica a entrenar a lo guías de drones mucho más horas anuales que a los pilotos de los caza bombarderos, con la finalidad de proteger la vida de la tropa propia, con total desprecio por otras vidas. Viejo tema.
Los vuelos no tripulados, teledirigidos con un joystic, han hecho estragos en Yemen, Afganistán, Irak, Pakistán, Somalia y Libia. A tal punto que gobiernos de países aliados de EE.UU., afectados por el impúdico ejercicio yankee de justificar los “daños colaterales” y los “errores de procedimiento”, se vieron obligados a reclamarle una respuesta ante los ataques llevados a cabo contra hospitales, escuelas, carreteras, centros de refugiados: poblaciones civiles en general, en su inmensa mayoría desarmada y aterrada.
El Pentágono y las fuerzas paramilitares que simulan ser autónomas del Complejo Industria Militar, más la sonada CIA, cuentan, sumadas, con cerca de 25.000-30.000 drones. En Medio Oriente se complementan con los drones del Estado de Israel, considerado por diversos analistas especializados una potencia en el uso de drones de espionaje y también de exterminio, no únicamente de grupos terroristas identificados como tales. Interesante. Siempre.
Tan interesante, quizás, como pudo haber resultado la recepción ofrecida días atrás por Putin, en el Kremlin, al presidente sirio: Bashar Al-Assad. O tan interesante como ha sido el fenomenal ataque ruso a los enclaves del llamado Estado Islámico –ISIS- y de diferentes terroristas que operan contra Siria, a los que los gobiernos occidentales –principalmente los que dan de comer a la OTAN- y a su prensa transnacional, tratan con guante de seda denominándolos “rebeldes blandos”.
Putin, “enigmático y hermético”, seguramente no ha dicho, ni ha hecho, una cuarta parte de lo que tiene en la chistera: por ahora marca la cancha, con la autoridad que exige estar a la altura de un conflicto que no empezó ni terminará en Siria. Hasta aquí eludió varios drones y ridiculizó a no pocos autores intelectuales y materiales de los genocidios seriales. No parece poca cosa.
(*) Periodista. Docente en Comunicación. Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas.