Agencia La Oreja Que Piensa. 2014. Por Sergio Ferrari.
Colombia parece vivir hoy una relativa esquizofrenia política. Mientras en La Habana sigue avanzando el diálogo para la paz entre los emisarios del Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias), en el país mismo, a la base, no se sienten todavía efectos directos de ese proceso en marcha. E incluso espacios políticos-institucionales – como el Gobierno progresista de la capital Bogotá- son atacados por fuerzas conservadoras. Una realidad contradictoria, tal como los describe en esta entrevista durante su visita a Europa, Jaime León Sepúlveda, fundador y coordinador de la Corporación Claretiana Norman Pérez Bello. Quien a pesar de su juventud, es una reconocida personalidad colombiana en la defensa de los derechos humanos en su visión más amplia e integral. Su trabajo va desde el acompañamiento a comunidades desplazadas hasta la defensa de pueblos indígenas amenazados de la región del Orinoco, pasando por su compromiso por la defensa del medioambiente y la soberanía alimentaria campesina. Hace parte del comité del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (MOVICE), de la Coordinación colombiana Colombia-Europa-Estados Unidos e integra el programa de cooperación solidario de la ONG suiza E-CHANGER en Colombia.
P: ¿A qué se dedica la Corporación Claretiana que usted dirige?
Jaime León Sepúlveda: En Bogotá, a la acogida y el acompañamiento a personas desplazadas víctimas de la violencia.
Fuera de la capital, apoyamos estrechamente a comunidades campesinas e indígenas con el objetivo de proteger su derecho a la tierra y el arraigo a su territorio. Con una visión integral: protección de la vida y sus derechos en general; defensa del ambiente; desarrollo socio económico, valores y cultura. Los colegas de la Corporación estamos presentes en el terreno, compartimos parte de la vida cotidiana de esas comunidades.
Así mismo, nos batimos por la recuperación de la memoria individual y colectiva de los que han contribuido con su compromiso de paz y justicia y fueron golpeados por la violencia. Es una tarea difícil, muchas veces dolorosa. Implica en ocasiones exhumaciones de restos, inhumaciones de cuerpos, atención psicosocial a comunidades y personas golpeadas; sistematización de testimonios y experiencias.
Para poder hacer todo eso es esencial estar interrelacionados; apoyar y recibir apoyo de otras organizaciones sociales, de iglesia y del movimiento social en general. Somos parte del movimiento nacional de víctimas, de movimientos por la paz, de Mesas de derechos humanos regionales, congreso de los pueblos. Sin olvidar nuestra estrecha relación con organizaciones e iniciativas de incidencia internacional como la Coordinación Colombia-Europa y ONG suizas en particular.
“Lo más importante, soñar con la paz”
P: ¿En qué medida las negociaciones que se realizan desde octubre del 2012 en La Habana, Cuba, entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), repercuten en vuestro trabajo de defensa de los Derechos Humanos?
J.L.S.: Lo más importante es que refuerza nuestro sueño de paz. Se ve como una posibilidad. Es relevante que dos de los actores del conflicto estén dialogando. Nos da esperanza y por eso defendemos el proceso de negociación aunque no participemos directamente. Dado las fuertes hostilidades y combates que a diario se libran entre los actores y contra la población, seguimos viendo la paz tan cerca y tan lejos…
P: ¿Pero en vuestro trabajo cotidiano, se ve ya una cierta mejoría ligada a la dinámica negociadora de La Habana? ¿Tiene repercusiones directas?
J.L.S: En realidad no. En 2013 protegimos a más de 40 personas en altísimo riesgo. Que significa para nosotros, un incremento de un 60% con respecto a atención del 2012.
En las ciudades se persigue ahora a las personas que llegaron huyendo del interior y que empiezan a ejercer un liderazgo y a exigir sus derechos.
En el campo los combates se han focalizado más en lugares donde se presume que están altos mandos de las guerrillas de las FARC- EP y el ELN, agrediendo a la población civil en aras de dar de baja o capturar a los combatientes rebeldes.
De igual manera, los grupos paramilitares ahora llamados Bandas Criminales (BACRIM) están haciendo controles en poblados y ciudades y generan víctimas. Los asesinatos y amenazas a líderes de procesos de restitución de tierras están vigentes.
Por otra parte, la cada vez más significativa inversión nacional e internacional en sectores económicos como la minería, sin ningún respeto por el medio ambiente, crece de la mano de este conflicto que no cesa y que genera nuevas posibilidades económicas para sectores de gran poder. Sin olvidar, para completar este cuadro, la inoperancia de la justicia y la impunidad.
Las distintas visiones sobre el diálogo
P: Este cuadro político no parece muy alentador, ¿cuál es la expectativa real sobre una salida política negociada del conflicto, en la base, en el ciudadano de la calle sea del campo o de la ciudad?
J.L.S: Realmente es muy variada.
Hay que recordar que desde 1982 todos los intentos de paz negociada se frustraron. Con el consiguiente incremento de la violencia, la pobreza y la desigualdad. Y eso marca mucho.
Ahora la gente percibe dos mensajes muy diferentes sobre este nuevo diálogo en marcha.
Por una parte, se anima el proceso desde sectores académicos, algunos medios y las iglesias. Lo que produce en la base un cierto optimismo. A pesar que sienten que el proceso de La Habana es lejano reivindican no obstante las mesas de debate organizadas en el país por las Naciones Unidas y el Parlamento colombiano donde algunos dirigentes sociales pueden opinar.
Por otra parte, hay quienes se apropian de los mensajes guerreristas deseando volver a un gobierno de mano y palabra dura, sin negociación, como fue el del presidente Álvaro Uribe.
P: ¿En esa contradictoria credibilidad ciudadana hacia el proceso de paz que usted describe, cómo impactó la ofensiva de la ultraderecha para destituir a Gustavo Petro, alcalde de Bogotá, considerado progresista?
J.L.S: Tuvo un impacto de desesperanza. Hay importantes sectores ciudadanos que apuestan a la paz pero tienen miedo que a la hora de alcanzar acuerdos no se respeten. Y por el contrario se cierren los espacios democráticos –como está sucediendo a una Bogotá gobernada por fuerzas progresistas- y se vuelva a repetir la historia de persecución a los que piensan diferente. Como ocurrió con el genocidio político contra la Unión Patriótica, cinco mil militantes y dirigentes fueron asesinados por pensar y proponer un país diferente.
Los desplazados, por otra parte, no ven que se concrete la prometida recuperación de sus tierras, se van diluyendo en las ciudades y cada vez menos quieren regresar a sus territorios, a pesar de anhelar la paz, y sin saber bien cómo podría ser realmente una nación sin conflicto armado, pero cada vez más desigual y con menos oportunidades.
Riegos y satisfacciones de un defensor de DDHH
P: ¿Qué significa ser un DEFENSOR de derechos humanos en Colombia?
J.L.S: Lo que me apasiona es el contacto, el intercambio con las poblaciones, comunidades y personas que han sido afectadas o van a ser afectadas de una u otra manera por el conflicto. Y que casi siempre son las más humildes y pobres. Un afectado en sus derechos es una persona herida, dolida, temerosa, a veces rencorosa, que busca sobrevivir junto a los suyos, su humanidad está muy frágil, lo que nos recuerda que nosotros mismos también somos vulnerables. Ser un defensor es construir juntos caminos de justicia y amor humano verdaderos. Tenemos todo para hacerlo: vida y memoria, un hermoso y rico país y somos muchos y muchas. Ser un defensor de derechos humanos es un trabajo dedicado, con humanismo y fraternidad, disciplinado, protegiéndonos, colaborando con otras organizaciones y personas.
Los riesgos son bastantes aunque con disciplina y juicio uno encuentra los medios para protegerse y proteger el trabajo y su familia. Algunas veces hemos sufrido amenazas pero afortunadamente en tanto organización de la iglesia hemos podido continuar.
P: ¿Se puede hablar de satisfacciones en un trabajo tan desafiante?
J.L.S: ¡Sí y son muchas! Por ejemplo, ver tranquilos en nuestros espacios protegidos a las personas perseguidas. Quienes agradecen poder comer y dormir tranquilos, sentir que la vida no es correr y tener siempre miedo. O ayudar a recuperar la tierra u otra tierra a familias campesinas y ver que se sienten bien, cultivando y en su medio. Incluso, poder recuperar cuerpos de personas asesinadas o desaparecidas, sabiendo que ayuda a superar la terrible tristeza de sus familiares. Y definitivamente ver a los jóvenes, niños y niñas jugar, aprender y compartir en nuestros espacios formativos y lúdicos llamados “Artiando mis derechos” y “Remendar nuestra Historia Tejer la Esperanza”, es muy esperanzador, allí sentimos que vale la pena nuestra brega diaria.
P: ¿Qué expectativas tiene de este viaje europeo? ¿Qué significa hoy la solidaridad internacional para los defensores de derechos humanos colombianos?
J.L.S: Espero poder compartir las alegrías y las tristezas de nuestro pueblo humilde y perseguido. Encontrar personas sensibles, receptivas a nuestro testimonio, achicando distancias y aunando fuerzas para una Colombia y un mundo mejor. Espero conocer cómo viven los amigos y amigas suizas y europeas que han trabajado con nosotros en Colombia. Para entenderles mejor, conocer su forma de vida, el funcionamiento de las instituciones y el gobierno y poder luego compartir estas experiencias a mis compatriotas.
Mi organismo y yo hemos sido afortunados de conocer a personas solidarias que, como decimos en Colombia, fueron a ayudarnos en cuerpo y alma. Actitud que nos enriqueció muchísimo. A pesar que somos conscientes que la propia crisis europea afecta la cooperación activa. Es importante sentir la presencia de la solidaridad europea. Sin olvidar, por ejemplo, que Noruega es uno de los países facilitadores del proceso de paz y son abundantes las organizaciones de la sociedad civil Suiza activas y presentes para consolidar el trabajo de la construcción de la paz desde la base en mi país.