(Por Aída Bortnik)
Hacia el sol rojo y dorado, con rayos de pelo y barba, marchan desde el mediodía desbandadas columnas de infantes, adolescentes y familias con canastas y niños al brazo. Desde el sábado 7 de noviembre, a las 2 de la tarde, aquel Febo piloso es el símbolo de B. A. ROCK, el Festival organizado por el equipo de la revista Pelo, con el auspicio de la Municipalidad de Buenos Aires.
La cita se extiende "hasta que se pone el sol", y durante cinco o seis horas, alrededor de siete mil espectadores cubren la tribuna y los jardines adyacentes al Velódromo Municipal Tres de Febrero. "El festival, como su nombre lo indica, es una fiesta no competitiva. Entre otras cosas, porque no creemos que la música es un deporte", puntualiza feroz, Osvaldo Daniel Ripoll, director de Pelo y alma pater de la kermesse.
Y, en verdad, es una fiesta. Como siempre, importa menos que en el escenario se luche para apresar un sonido que los equipos y el viento se empecinan en deformar: lo esencial ocurre en las graderías. Largas melenas que avanzan sobre los pómulos, que barren los hombros. Las camisas desechadas, los medallones toscos, cargados de símbolos, el color más vasto y delirante en pañuelos, pantalones, vinchas, gorros, sombreros. Y la gentileza, una cortesía increíble que rige las relaciones de esa multitud que, precisamente por la falta de agresión, no se parece a ninguna otra.
Seis o siete conjuntos y/o solistas alternan en cada una de las cinco jornadas previstas (7, 11, 14, 21 y 28 de noviembre), derramando los sonidos de lo que Ripoll llama "música progresiva": "Simplemente porque progresa, adiciona los elementos culturales y populares del medio, incorpora elementos de free-jazz, acordes hindúes, remembranzas de folk y tango, esquemas clásicos. Es decir, progresa en el mismo sentido en que está viva".
PARA AMPLIAR EL ESPECTRO
Y goza de una salud apabullante, sin duda. B. A. ROCK lo prueba con una programación al margen de lo trivial que, si bien reúne nombres ya míticos, como Almendra y Manal, también agrupa a la nueva guardia, ya probada: Vox Dei, Arco Iris, Alma & Vida, junto a fervorosos recién nacidos.
"El único método con que elegimos y contratamos a los músicos fue la simple búsqueda de los grupos honestos, de la gente que no se estanca, que busca ampliar el espectro", explícita Ripoll. La experiencia de un año atrás (el festival organizado en octubre del '69 por la revista Pin-up), alertó contra algunos manierismos. Gracias a esas prudencias no hay, sobre el escenario del Velódromo, ningún "animador" que pretenda "conducir el espectáculo" o "dosificar las adhesiones" del público.
La primera tarde probó las bondades de esa ausencia. Una voz en off, que anunciaba la continuidad del programa y, cada tanto, pretendía especificar el nombre de las empresas que habían "donado tocadiscos para rifar entre los presentes", recibía una rechifla bienhumorada pero general, que impedía, sistemáticamente, toda mención comercial, toda repetición del mensaje.
Es posible que la acogida brindada al último tema entonado por Moris, coreado a gritos por el estadio entero, defina muy claramente el espíritu de la fiesta. El título y los estribillos repetían: Uno no le debe nada a nadie, mientras la letra, despiadada, enumeraba todo lo que es posible recibir: casa, ropa, educación, comida, sin aceptar, en cambio, la deuda castradora.