Agencia La Oreja Que Piensa. Argentina 2010. (Por Juan Chaneton) (*)
El odio, como el amor, puede mover montañas. Según sean las circunstancias, claro. En este caso, consideraremo s al odio como causa eficiente de las transformaciones en la orografía. Y decimos: si puede mover cordilleras, qué no hará en el reino de la cultura, de los hombres, de la política.
Debería (el odio, digo), si el aserto inicial de esta nota es verdadero, producir crisis fenomenales en los asuntos públicos, lo que se dice crisis en escala de cataclismo.
Sin embargo…, no es así.
Duhalde y Carrió odian y no pasa nada. Hoy, en la Argentina, ambos constituyen paradigmas del odio mal disimulado. Como no les cabe tanto dentro, les cuesta esconderlo.
Ambos odian. Y se les nota. Se le cae el labio inferior en su extremo derecho en una boca tan apretada que más que boca semeja una línea recta. Ese es Duhalde en trance de odiar.
Está pensando en Kirchner, en este modelo económico que llevó al país de una deuda de 175 mil millones de dólares (más de la mitad del PBI) a poco más de 40 mil millones.
Está pensando en que la Asignación Universal hubiera lucido mejor con su sello, que fuera su obra. Se pregunta si él mismo hubiera tenido los cojones/ovarios que mostraron, sucesivamente, Néstor y Cristina para enfrentar a los que alguna vez había que enfrentar si lo que se buscaba era desplazar a las corporaciones del puente de mando de la nación y devolverle a la política las jinetas de capitán del barco.
Se odia, también, a sí mismo, porque le ganaron de mano.
Le llamean los ojos a Carrió, ojos inyectados en humores de azufre. Miente Carrió cuando dice que Papaleo era el “segundo” de López Rega.
Ignora que aquél llegó cuando éste ya se había ido. Toma al vuelo cualquier calumnia y la escupe al viento sin chequearla. La que quiere ser “jefa”.
A esta altura, sólo de Adrián Pérez, Lilita.
Miente porque el odio la ciega. Dice otras tonterías. En realidad, las dice a una -como en Fuenteovejuna-. A una con los “comunicadores” “independientes” que informan “objetivamente”.
Y todos a una incurren, sin saberlo, en lo que Irving Copi llamó falacia ad-hominem.
Ésta (la falacia) juega así: Pedro le dice a Juan que Roberto afirma que él (Juan) es un ladrón. Juan responde: Eso no es cierto. Qué va a ser cierto si Roberto anda todas las noches de burdel en burdel y le pone los cuernos a su mujer, que es una santa…
En el marco de la lógica de Copi, Carrió y otras venerables mediocridades como un tal Doman, Feinman (el periodista-abogado que no conoce la diferencia entre alevosía y ensañamiento), el bueno de Sylvestre, el esforzado y perseverante Bonelli, etc., etc., incurren en falacia ad-hominem en estos términos: Osvaldo Papaleo miente cuando dice que su hermana firmó bajo terror insuperable porque Papaleo fue el “segundo” de López Rega.
Dejando de lado el carácter de mentira e infundio de tal aseveración y confiriéndole –por hipótesis- el estatus de verdadera, nos atenemos al mentado Copi y afirmamos: tal falacia se estructura sobre la base de descalificar la persona del emisor del mensaje cuando el mensaje en sí resulta irrefutable.
Es un recurso de la retórica. Y de la polémica. Reprochable, por cierto. Lo usaban mucho los griegos en la antigüedad clásica.
Carrió odia con la mirada y la palabra; y también cuando guiña el ojo haciéndose la Tita Merello en noche de juerga apoyada en el estaño de una esquina del Abasto. Con menos gracia. Sin gracia. Carrió es una mujer desgraciada y desangelada.
Volviendo a Duhalde, nadie lo imagina departiendo en el lobby de un lujoso hotel parisino con Jesús Martínez Espinoza, uno de los hombres involucrados en el tema efedrina.
Duhalde nada tiene que ver con eso. Por lo demás, París queda muy lejos de nuestras cosas y Tarzia y los otros están muertos.
Pero lo que sí es cierto, es que Duhalde odia con la boca en posición de siete bravo, como en el truco, juego orillero y, originalmente, de mafiosos.
Para terminar, decimos que, en la Argentina de hoy, los factores de poder que detestan este modelo y al gobierno que lo puso en marcha y lo conduce con éxito y mano firme, ya habrían recurrido al golpe de Estado si otra hubiera sido la situación.
Como con Frondizi e Illia, habrían ya montado operaciones de prensa orientadas al derrocamiento. No lo hacen porque no pueden. Y no pueden porque, en este país, las fuerzas armadas tienen menos prestigio que los piratas del asfalto.
La Argentina es el único país de América latina donde los dueños de la tierra, los dueños del volcán Lanín, los de las industrias, los bancos y los medios de prensa, en agusanado maridaje, se han quedado sin su histórico reaseguro de última instancia. Aquí se los juzgó, se los está juzgando y las atrocidades golpean todos los días recordando el horror.
Por eso odian, los opositores recalcitrantes y los burgueses de paladar negro, sumidos en la impotencia. Y en una pizca de temor.
Porque alucinan, en sus perennes noches de insomnio, el infierno más temido por todo burgués que de tal se precie: si acá hubiera una insurrección de masas y con conducción política unificada que convulsionara la Argentina a su largo y a su ancho, ¿con qué la paramos?
Pero no. Tranquilos muchachos. Altamira también delira.
(*)Juan Chaneton
DNI: 4.622.487