A Orestes Omar Corbatta no le gustaron nunca las cosas fáciles. En octubre de 1957, la revista norteamericana Life no tuvo más remedio que concederle una doble página, espacio inusual para un deportista latinoamericano. Merecía el privilegio: las ocho tomas fotográficas que ilustraban aquella nota eran la secuencia de una de sus más famosas hazañas. El epígrafe decía así: "Pudo haber pateado antes, pero su inspiración le hizo concebir algo más pintoresco. Esperó que llegara el defensor Salazar, detuvo la pelota, el defensor pasó de largo. Se corrió hacia el medio, se colocó delante del arquero, esperó que intentara salir y de cachetada ubicó el balón".
"Nací con una pelota en la mano", memora a los 34 años, mientras se frota la nariz después de haber trotado toda la tarde sobre la cancha de San Telmo, el club de primera división B que se animó a contratarlo cuando todo el mundo pensaba que ya había colgado definitivamente los botines. "No se equivocaron, créame: yo nací para jugar al fútbol. Además estoy sano y sin problemas; no me sobra un solo kilo", monologa. Son razones que tal vez le permitan terminar con los brazos en alto la que parece ser la etapa final de su carrera. Por si acaso tomó precauciones: "Antes me desayunaba con whisky; ahora, en cambio, me conformo con un cafecito".
EN LA VIA
Nadie puso en duda —durante sus casi dos décadas de profesionalismo— las cualidades de superdotado que exhibió en Racing y, sobre todo, en aquella mimada delantera del seleccionado que integró con Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz; entonces era la vedette. Un par de años en la reserva de Boca —desde 1962— hicieron bajar repentinamente sus acciones. Lo que sus críticos ignoraban era que vivía obsesionado: "Ninguno en mis condiciones hubiera podido rendir —explica—; mi primera esposa me dejó por otro. Después me enteré de que se trataba de mi mejor amigo".
Esa melancolía se acabó en Colombia, donde llegó cuando "podía haber pasado cualquier cosa". Jugó 5 años en Independiente, de Medellín, y fue el scorer del equipo, con más de 20 goles por temporada. Pero tampoco esta vez el éxito lo ayudó a enriquecerse. Todavía le deben 2 millones y medio de pesos por el último contrato. "No me habré llenado los bolsillos, pero al menos levanté la moral", recuerda. En Bogotá volvió a casarse y adoptó dos hijos: el mayor lleva los nombres del padre, aunque seguramente le tocarán años menos azarosos. "Me preocupan mucho los chicos —confiesa sudoroso— y no quiero que dejen de estudiar. Cuando abandone el fútbol me compro un departamentito y, si me queda plata, instalo un negocio de artículos deportivos".
Tendrá que traspirar bastante, porque su cuenta de ahorros está en cero. "En Racing me tuvieron cuatro años como amateur, les jugaba poco menos que gratis. Para colmo, cuando pasé a Boca los de Avellaneda cobraron 12 millones y no me dieron un centavo. Se aprovecharon porque soy callado", dice, en medio de una catarata de palabras que recuerdan jornadas memorables: "En el 57 jugué para Racing contra el Wanderer, en Montevideo. No habían pasado 10 minutos del segundo tiempo, cuando trabé una pelota, me fui al suelo y una trompada de novela me acarició la cara. Me levanté y lo vi al Pepe Sasía; claro que con un diente menos no me animé a decirle nada. Pero desde entonces recuerdo con mucho cariño a los hermanitos orientales...
ACCIDENTES
Aquella no fue una excepción: más de una vez volvió a echar sangre por la boca. Una vez, en el estadio Maracaná, el locutor Osvaldo Caffarelli lo fue a reportear en el momento menos oportuno, durante un áspero partido entre argentinos y brasileños. Corbatta lo recuerda así: "Me corría un hilo de sangre sobre los labios, salgo a un costado a buscar la pelota y como si tal cosa Caffarelli se me echa encima con el micrófono y me pregunta: ¿Cómo anda el partido? Le contesté lo primero que se me ocurrió. Nos están c... a patadas, le dije, y nada más".
A San Telmo lo llevó el padre cura Barbich, de la parroquia San Rafael. "Los curas, aunque muchos piensen que no, son muy humanos", asegura Corbatta. Y completa: "Dos grandes amigos míos están ordenados, así que Dios no me va a fallar". La misma confianza alentó al director técnico Rastelli para contratarlo: "Si jugás un 15 por ciento de lo que dabas en Racing, este año salimos campeones". Pero resulta que hace diez días lo expulsaron de la cancha por dar un codazo.
(*) Nota publicada en la Revista Panorama Nº 164 del 16/06/1970